En los últimos 10 años he tenido la oportunidad de viajar a las cajas de pandora de muchos amigos y desconocidos que han sentido, llorado, visto y vivido de todo. He coincidido con personas que han lidiado con temas como divorcios o abandonos inesperados, metástasis, muertes de padres, parejas, hijos, abuelos, amigos, hermanos, operaciones de alto riesgo de hijos, pareja o padres, intentos de reproducción fallidos, abortos, enfermedades crónico-degenerativas o terminales.
Todas estas personas con situaciones más allá del “promedio de cosas a superar del día a día” han tenido que reestructurarse, renovarse, reinventarse, replantearse la vida, no porque quieran muchas veces, sino porque las circunstancias los han llevado a sacar algo que yo llamo una mágica y casi extinta buena cara y actitud positiva desmedida.
Parte de mis conclusiones de estos años de observación es que pareciera que, comparando y/o sumando las medicinas alópatas y/o de origen más natural, la actitud ante las situaciones, la capacidad de pedir ayuda y el don de poder reírse de sí mismos y las circunstancias, son por mucho una enorme diferencia en los procesos de recuperar la salud, no sólo física sino también emocional y espiritual.
La capacidad de transformar un pensamiento o sentimiento en acción es lo que en muchos casos termina por acomodar, casi por arte de magia, todas las piezas en su nuevo lugar.
Creer en sí mismos y en que la vida aún debe tener algo de bueno, y sentirse dispuestos y dejarse acompañar a ver más allá de lo que en ese momento está fuera de su alcance de comprensión, ha dado frutos en un corto plazo, si bien no necesariamente a ver la foto completa en ese momento (como si supiéramos cuál es la foto completa), sí a recuperar la claridad y la confianza de que son capaces de renovarse aun cuando el corazón duele, los sentimientos son una especie de paté y la mente, la ardilla de la mente, les muerde el sistema nervioso.
Puedo concluir compartiéndoles que en todos estos casos que he podido tocar, vivir y sentir, hay que recordar que debajo del cuello hay algo que se llama cuerpo y que ahí la vida nos pasa constantemente, y ésta es muchas veces una de las principales nuevas verdades que dejan espacio para nuevas experiencias, de esas que alimentan la máquina humana.
En esta realidad llena de facilidades tecnológicas, tocar a otro sigue siendo medicina incomparable: el abrazo, la mirada honda, las sonrisas y el silencio acompañado son lo que todos necesitamos muchas veces, pero no está de moda ni pedirlo ni reconocerlo.
De ser posible, una vez al año al menos, de la manera que más nos acomode, se vuelve primordial dejarnos tocar por alguien más. Todos merecemos eso, al menos por placer, o por no olvidar lo honorable que es tener aún un cuerpo que, a pesar de nosotros mismos y nuestras cabezas y sus descompuestos hábitos mentales, sigue latiendo tal vez con la esperanza de que podamos ver esto antes de que algo más nos duela más. Y si nos lo permitimos tal vez sea más fácil experimentar el cielo en la tierra, porque tanto el placer como la esperanza viven en nuestro cuerpo, y creo que todos sabemos que nuestros cuerpos nos lo han demostrado más de una vez.
¡Que hoy sea un gran día para los que se quedan y los que se van!