Hay días malos, en los que sentimos que hay muchos problemas y que éstos no tienen solución (por lo menos no inmediata), nos abruman y nos hacen ver todo del color de hormiga al negro.
Ahí estamos dándoles vueltas, angustiándonos y tal vez, para colmo, se descompuso nuestro celular o nuestro mejor amigo o amiga está de fiesta y no podemos hablar para desahogarnos con quien tenemos confianza. Entonces nos atrapa la desesperanza y damos vueltas como león enjaulado, entonces tenemos la repentina (brillante) idea de salir a comprar un cigarro o a hacer la llamada urgente. Entonces, nos decidimos a salir, nos ponemos la ropa que sea, tomamos las llaves y rápidamente las guardamos, cerramos la puerta desesperadamente, salimos a la calle y comenzamos a caminar y entonces nos damos cuenta que nos comenzamos a sentir bien, casi se podría decir que muy bien. Y seguimos caminando, dándonos cuenta a cada paso que todo tiene solución, o la tendrá a corto plazo o se resolverá sola y no depende tanto de nosotros. Entonces andamos más aliviados y hasta tranquilos y nos asombramos de cómo nos habíamos preocupado tanto minutos -eternos- antes, y seguimos dándonos cuenta que al caminar y dejar el lugar de estrés produce una sensación liberadora; sabemos que es cuestión de poner las cosas en movimiento.
Nuestro movimiento corporal provoca también un movimiento psíquico, un movimiento de ideas, un flujo de ideas ocasionado por la puesta en marcha del torrente sanguíneo que mejora el flujo de oxígeno al cerebro.
Salir a dar un paseo a pie puede ser una de las mejores terapias. Oxigenar el cerebro es una de las grandes necesidades y de los grandes placeres que lo estimulan, y caminar es una forma de poner a nuestro cuerpo a liberar las energías acumuladas y a dejar la concentración de nuestros pensamientos de lado, y dejar que todo fluya al ritmo del cuerpo, al ritmo natural que el movimiento de caminar se encargó de encontrar.
Existe una forma de meditar en la disciplina zen que es meditar caminando, ésta nos sirve para relajar el cuerpo luego de estar en una postura que exige un poco más de esfuerzo, también nos sirve para dar masaje a nuestros pies y aflojar. Caminar es uno de los ejercicios más ancestrales e inconscientes (lo cual hace mucho bien) del hombre. Caminar es ir soltando cosas, o por lo menos dejarlas atrás, dejarlas ir, dejarlas ir a ser a otros espacios.
En esta época de sedentarismo asesino, salir a caminar puede ser un reencuentro con la vida. Una persona que se pasa la mayor parte de tiempo del día en la oficina y luego en casa sentado y luego acostado, puede descubrir un día, al caminar, que ha perdido gran parte de su vida sin darse cuenta.
Caminar es un ejercicio natural, para el que está diseñada nuestra fisiología y para el que no necesitamos instrucciones.
Se han escrito cuentos caminando, ya que caminar favorece al pensamiento y la reflexión, si recordamos, supuestamente Sócrates reflexionaba mientras caminaba.
Se han tenido algunas de las grandes ideas caminando, pues estamos más despejados y acuden como caídas “desde arriba”.
En el caso de quien se traba en un trabajo y no puede avanzar y siente que el tiempo corre, también le recomendamos hacer una pausa voltear hacia otro lado, pero no al clásico distractor como Facebook u otras actividades dentro del mismo espacio. Sino pausar un momento el trabajo, levantarse y estirarse, quizá darse un baño; las duchas suelen ser iluminadoras y refrescantes en varios sentidos. La otra es salir a caminar, despejar la mente, seguro ahí se destraba algo y se adquieren nuevas ideas para el trabajo pendiente.
Jean-Jacques Rousseau se decía incapaz de pensar y componer cuando no caminaba (aparte de filósofo también fue músico). Es el movimiento de ir hacia nosotros mismos, de explorar nuestras potencialidades: “el arte de caminar es el arte de transformarse a sí mismo”, dice Frédéric Gros en su libro El arte de caminar.