Sun Chuyang tenía 4 años cuando su mamá, en busca de una opción alternativa y efectiva para tratar su autismo, lo inscribió en un curso de yoga. Hoy tiene 7 y enseña a decenas de pequeños en la ciudad china de Taizhou cómo hacer un parado de cabeza, la mejor alineación del perro mirando hacia abajo y qué necesitan para lograr un equilibrio.
Su historia es inspiradora, y verlo en acción en alguno de los videos que hay de él en internet es un deleite. Casi no puedes creer que sea tan pequeño y se maneje con tal seguridad en el salón repleto de niños, los ajuste con delicadeza y los haga reír con sus bromas sobre alguno de los asanas que demuestra.
Su historia se hizo viral recientemente porque con sus clases ya ha ganado casi 300 mil pesos. Sí, es mucho, y más si tienes 7 años. Pero, ¿no es acaso que convirtió el tratamiento de su autismo en el descubrimiento de una vocación temprana lo más asombroso?
Y más allá, ¿no es su historia una prueba contundente de que todos somos iguales? Piénsalo por un momento: si su mamá no hubiera creído en el poder del yoga para despertar los sentidos y estimular la atención consciente, Sun sería un niño “diferente” más. Quizá en la escuela sería siempre “el autista” para sus maestros y compañeros. En cambio, hoy le declara al diario Shanghaiist que su deseo es llegar a ser el mejor guía de yoga en China.
Su vida dio un giro total gracias a que su energía fue canalizada de la mejor forma para él. Por supuesto, no hay fórmulas, y no trato de afirmar que el yoga es la cura de todos los males (aunque sí de muchos). Sólo quiero invitarte a reflexionar sobre lo bello que sería darnos a todos la oportunidad de sanar y existir en plenitud. Soñar con un mundo incluyente.
NAMASTE.