Es común escuchar sobre lo importante que es la autocrítica. Pensar en lo que haces bien, lo que haces mal y, sobre todo, cómo corregir aquello en lo que fallas. No cabe duda de que la autocrítica es necesaria; es un acto de humildad que permite poner los pies en la tierra y cuestionar si vas por un buen camino, antes de que alguien más te lo tenga que decir.
Sin embargo, en ciertas ocasiones es posible sobrepasar la barrera que divide la sana autocrítica del abuso de esta actitud y, es importante decirlo, no es saludable colocarse de ese lado de la balanza en el cual todo es juicio, prejuicio y autosabotaje.
Estas son las cinco señales más comunes que indican que eres demasiado duro contigo mismo:
1) Te comparas demasiado con los demás. La mayoría de las veces estos pensamientos son inconscientes (de hecho, todas las personas los tienen, y es una manera normal y natural de situarte en un contexto y con referentes), pero en determinado punto llegan tan a la superficie que, de pronto, te descubres a ti mismo comparando todo lo bueno que hacen los demás contra todo lo malo que haces tú. Entonces, todo el tiempo ves tus errores, en vez de enfocarte en tus aciertos y virtudes.
2) Permaneces en constante angustia. Como consecuencia obvia del punto anterior, llegas a experimentar momentos de constante tensión, ansiedad, tristeza y nerviosismo, sobre todo cada vez que se trata de exponerte frente a las capacidades (de cualquier tipo) de los demás. Si te invaden por adelantado sentimientos de impotencia, frustración, temor o coraje, es una señal de alerta de que no te das la oportunidad de ponerte a prueba ni de demostrar la capacidad real que tienes de hacer las cosas.
3) No te das tiempo para ti. De pronto un día, sin casi haberlo notado, te das cuenta de que hace muchísimo que no te preocupas por tus verdaderos intereses ni te has dado los gustos o hobbies que antes disfrutabas. Esto sólo significa que descuidas la parte que alimenta tu mente y tu espíritu, muy probablemente por dedicarle más tiempo a la crítica de aquello que aún no consigues.
4) Te invade la inseguridad en tus relaciones. Si tienes una relación de pareja, la inseguridad está presente casi en todo momento: desde la forma en que cocinaste la cena hasta la manera en que te desempeñas sexualmente, o incluso en cosas mínimas como el color de camisa o blusa que elegiste. Es buen momento para cuestionarte si es que te dejas llevar por el “qué dirán” y pierdes de vista lo fundamental de tu derecho a sentirte bien y en confianza.
5) Te obsesionas en las redes sociales. Por todo lo anterior, el mejor lugar para compararte y experimentar la frustración es en las redes sociales: inevitablemente y de forma inconsciente, buscas aquello que te parece inalcanzable, lejano a tu posibilidad, seductor pero intocable o que supera tus capacidades. Desde los estilos de vida hasta los logros académicos, artísticos o profesionales, e incluso las características físicas de las personas, son el móvil de tu estrés y el detonador para comenzar a recriminarte las razones por las cuáles “todos tienen/logran y tú no”.
¿Te reconoces en al menos tres de estas situaciones? Si es así, quizá deberías considerar ser menos duro contigo e intentar entender los motivos por los cuales te juzgas demasiado. ¿Tiene que ver con errores del pasado que ahora intentas no repetir? ¿Con comentarios de gente cercana que te dice cómo actuar? ¿Es desesperación por no saber cómo lidiar con un problema constante? Habla con tus amigos, conócete más a fondo, medita y no olvides que, de ser necesario, consultar a un experto puede ser la decisión más inteligente que podrías tomar.