¿Cómo actuarías si tuvieras presente siempre que todos somos uno, todos el mismo? ¿Y cómo lo harías de saber que eres uno con Dios?
Cuando Neale Donald Walsch lanzó esas dos preguntas durante su conferencia el pasado viernes en la Ciudad de México, la audiencia se quedó reflexiva. El tema de la ponencia era el mismo que lo ha llevado a recorrer el mundo desde la década de 1990: sus Conversaciones con Dios, que ya han sido plasmadas en una serie de cuatro libros.
En el encuentro, organizado por Mind Hackers, el autor aseguró que todos los sistemas sociales, económicos y espirituales que la humanidad ha implementado durante milenios son un fracaso porque no han logrado erradicar la desigualdad. “¡Y nos llamamos a nosotros mismos civilizados!”, dijo sorprendido, tras ofrecer datos contundentes sobre los millones de personas que todavía, en el 2017, no tienen agua limpia o un baño en el mundo.
Aunque podría parecer un tema muy serio (y lo es), Walsch se mostró siempre ocurrente, divertido y fresco. Tiene 74 años y un carisma que hizo reír al público durante casi 2 horas. Al final, abrió un espacio para preguntas y respuestas.
Le preguntaron, por supuesto, si Dios tenía algún mensaje para los asistentes. Y su respuesta fue bellísima: decide quién eres y para qué estás aquí; cuando encuentras tu propósito, todo se transforma y puedes ser la fuente de aquello que tu entorno necesita.
Sobre el propósito, dijo que no es algo que se pueda descubrir. Se elige, se crea, porque tenemos el poder individual para decidir, y ese es el regalo más grande que Dios nos ha dado: el libre albedrío, que nos habilita para rellenar la frase “Me siento más feliz cuando __________”.
Nos compartió tres herramientas para cambiar la vida: mirarse a los ojos, sonreír a los demás y tocar con respeto y amor a todos los que estén cerca de ti. Esos consejos se basan, como toda su filosofía, en la idea de que Dios está en nosotros y que si entendemos que todos somos uno podremos crear sociedades más unidas, equitativas y compasivas. En términos coloquiales, pondríamos en práctica aquella idea de no hacerle a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros.
Esto acabaría también con el eterno debate de qué religión es “mejor”, pues al asumir que Dios está en todos, en ti que estás leyendo esto, ya no importa en qué intermediario creas. Lo que importa es que crees.
Su consejo final fue para los agnósticos y ateos: “Todos creen en algo, aunque no crean en Dios. Si no crees en Ella (¡sí, se refiere a la divinidad en femenino!), cree en ti… así crees en Dios aunque no lo aceptes, porque está dentro de ti y es uno contigo”.