Las mamás son superheroínas: siempre tienen mil actividades, todas son muy importantes —y por lo tanto inevitables— y rara vez se regalan una pausa para reconocerse o consentirse.
No importa si trabajan en su casa, desde ella o en el mundo Godín, lo cierto es que se pasan el día atendiendo a todos los que tienen alrededor y cuando llega la noche no quieren más que un poco de silencio para descansar. Yo no soy mamá, pero admiro tremendamente a la mía y a todas las que conozco. Y quiero hacerles una pregunta: ¿por qué les cuesta tanto darse un break?
Hoy quiero invitarte a ti, que eres mamá y sientes que la vida no te alcanza para pensar en ti, a que lo hagas. ¡Anímate, todo tu entorno se beneficia con tu bienestar! Esta pequeña guía de ejercicios de yoga te ayudará a relajarte cotidianamente y algo muy importante: a reconectar con tu cuerpo... ¿Hace cuánto que no lo sientes? He escuchado historias de amigas con hijos de 2, 3, 7 o más años que desde que convirtieron su cuerpo en el primer hogar de sus bebés no han vuelto a “recuperar” ese espacio a nivel físico y energético como suyo.
Cuenta hasta diez… ¡mil!
Primero, encuentra ese momento mágico en el que nadie puede interrumpirte y no hay ruido que te distraiga. Si no lo encuentras, créalo: al despertar, antes de dormir, durante la siesta de tus hijos. Pon música y regálate los siguientes minutos sin culpa, sin pensar que deberías estar haciendo otra cosa.
Aquí va la secuencia, quédate al menos cinco respiraciones en cada postura y recuerda que inhalamos y exhalamos por la nariz.
1. Empieza en Tadasana o Postura de la Montaña: de pie, espalda erguida, manos junto a la cadera y hombros relajados. Revisa que tu pelvis se acomode en un punto neutro, no la proyectes ni hacia atrás ni adelante. Empuja el ombligo hacia adentro.
2. Carga tu pierna derecha con la rodilla flexionada y acércala a tu pecho. Lleva los hombros hacia atrás y alarga la espalda, trata de mantener el equilibrio al tiempo que sigues conteniendo el abdomen, siéntelo. Cambia de lado.
3. Abre el compás de tus piernas, flexiona las rodillas y orienta los pies hacia afuera para hacer la postura de la diosa. Otra vez lleva tu atención a la cadera, que se alinea con la espalda para bajar (ojo: no la lleves hacia atrás como si te fueras a sentar). Abre los brazos paralelos al piso y mantén tu atención en el abdomen, que sigue fuerte y contenido.
4. Vuelve a juntar tus pies para ir a la postura del árbol: flexiona tu rodilla derecha y ábrela hacia el mismo lado. Coloca la planta de ese pie sobre la pierna de apoyo, tan arriba como puedas (evita la rodilla). Encuentra tu equilibrio y cuando esté claro lleva tus brazos extendidos hacia el cielo. Cambia de lado y en ningún momento pierdas conciencia del esfuerzo en tu vientre.
5. Siéntate con las piernas cruzadas, ojos cerrados y palmas juntas al centro del pecho. Dedícate una reverencia, agradécete por aceptar este espacio para ti y entrar en contacto con tu cuerpo como templo, como el único vehículo que tienes en este plano. Cuídalo y mantenlo en óptimas condiciones.
NAMASTE.