La vida es fascinante: cuando llegamos a este mundo, aparentemente no sabemos nada. Empezamos como una hoja en blanco y luego, paso a paso, escribimos la historia del camino que emprendemos para descubrirnos. Es una larga senda que dura toda la vida y está llena de sorpresas, aventuras y retos. Conforme adquirimos conocimiento nuevas dimensiones de la vida se abren para nosotros, simplemente porque somos capaces de percibirlas e interactuar con ellas. Es decir, nuestra perspectiva se abre en la medida en que desarrollamos capacidades para interactuar con mayor amplitud.
Hasta aquí todo parece tener perfecto sentido, pero a lo largo del camino encontramos obstáculos que nos retan a hallar recursos para seguir avanzando. Cada uno de esos obstáculos es una lección, y si estamos dispuestos a enfrentarla nos dará los elementos necesarios para remontar obstáculos posteriores. Al tiempo que se amplía nuestro entendimiento también nos damos cuenta de que hay muchas libertades que no hemos conquistado. Quizá empecemos por las más evidentes, aquellas que tienen que ver con el mundo exterior: la libertad de movilidad, de ser, de relacionarse, de buscar propósito en la vida. Pero conforme avanzamos también comprendemos que es igualmente importante conquistar libertades dentro de nosotros.
Una de las cosas que con frecuencia debemos enfrentar es la falta de aceptación que sentimos por nuestro propio ser. Esta puede expresarse con muchos matices que van desde la falta de confianza hasta la autocrítica, el castigo y conductas destructivas y/o adictivas, las cuales nos hacen sentir débiles, cansados y hasta fallidos. Con frecuencia nos decimos que si tan sólo fuéramos más altos, guapos, ricos, etc., entonces podríamos aceptarnos. Ese es justamente el truco: la aceptación no demanda un cambio, sino que acepta lo que ya es. Lo más interesante es que una vez que esto sucede es como si “nos dejáramos ser”, abriendo la puerta para el cambio de una manera energetizante y armoniosa, muy distinta a la costumbre de presionarse, empujarse y desgastarse para “tratar de ser”.
Es por esto que debemos sentirnos orgullosos de quiénes somos; aceptar nuestra diferencia, pero también aquellos aspectos de la experiencia humana que compartimos con todos los demás. Idealmente, la comunidad a la que pertenecemos nos alentaría para ser nosotros, individuos únicos, en lugar de criticarnos, oprimirnos, tratar de cambiarnos y erradicar la diversidad para hacernos con el mismo molde. Esto no siempre es así, lo cual genera confusión. ¿Deberíamos ceñirnos a un estereotipo o modelo limitado hecho en masa? La respuesta puede ser un tajante "no". Pero, ¿qué pasaría si a cambio se nos ofrece un camino ya trazado que sólo necesitamos seguir? Es decir, si ese camino aparentemente nos da seguridad a cambio de incertidumbre.
Puede ser que entonces tomaremos la opción de alinearnos a cánones exteriores a nosotros, pero también mientras lo hacemos podremos notar una insatisfacción inexplicable. ¿Por qué nos sentimos así a pesar de estar siguiendo la agenda sancionada socialmente? La cuestión es que nuestro ser requiere expresión y la realidad es que cada ser es único, pues en él convergen combinaciones de múltiples factores y posiblidades. Cuando damos cauce a esa visión también nos damos cuenta de que somos valiosos, que nuestra experiencia es una más del crisol de experiencias de la vida, como un hilo de un único color sin el cual una alfombra nunca sería la misma. Cuando desarrollamos las facultades y deseos de nuestro ser interior, igualmente encontramos caminos para desarrollarnos personalmente al tiempo que contribuimos a nuestra comunidad. Esto es con frecuencia lo que termina por dar sentido a nuestra vida: las relaciones que tenemos con todo lo que nos rodea y con nosotros mismos.
Por esta razón es importante sentirnos orgullosos de quiénes somos, nuestra historia, herencia, nuestro camino, aquello a lo que aspiramos y lo que hemos decidido representar. Quizá el mundo siga adoleciendo de expresiones de racismo, sexismo, clasismo y discriminación, pero podemos hacer cosas al respecto. Podemos encarar estas prácticas y cultivar el amor por nosotros y por otros seres, sin importar nuestras diferencias. Podemos sentirnos orgullosos y a través de esa experiencia reflejar a otros que no necesitan interiorizar los dictados de la discriminación, que su vida no es menos valiosa, que ellos también tienen una razón para estar aquí.
Quizá también te interese: Haz una diferencia en el mundo: comparte lo que sabes