Mientras nuestras sociedades fueron agricultoras la alimentación era forzosamente "de temporada", es decir, la gente comía lo que se cosechaba según la estación y el organismo estaba acostumbrado a algunos cambios en el consumo de calorías según la temporada. Esto provocó que la dieta de verano fuera muy distinta a la dieta de invierno. Además, las viviendas y la vestimenta no garantizaban la misma protección que ahora, por lo que la gente aumentaba su consumo de grasas en temporada de frío, pues se creía que de esa forma se mantendrían calientes. 

Lo anterior tiene algo de cierto. Cuando la temperatura es muy baja el metabolismo se acelera y comienza a quemar energía para calentarse; sin embargo, no aguanta mucho tiempo antes de desfallecer, es decir, se trata de un mecanismo de emergencia, no de un "modo invierno" del metabolismo.

Sin embargo, el cambio de alimentación durante el invierno se convirtió en tradición; de ahí que la mayoría de los alimentos considerados "navideños" provengan de países nórdicos con inviernos largos y crudos (frutos secos, embutidos, bacalao, etc.).

La realidad es que el invierno que nosotros conocemos no representa un cambio drástico de temperatura en comparación con el resto del año, y nuestro cuerpo lo sabe. Quizá sintamos frío algunas veces pero eso no significa que estamos quemando calorías, sino que debemos abrigarnos mejor para estar más cómodos.

Nuestra alimentación dejó de ser "de temporada" hace mucho tiempo gracias a la refrigeración y la conservación, por lo que la "dieta de invierno" es solamente una tradición que no tiene nada que ver con nuestra supervivencia o con nuestras necesidades calóricas. Así que ya lo sabes: si aumentas tu consumo de calorías en temporada de frío creyendo que tu cuerpo las quemará más rápidamente, lo único que lograrás será llegar a la primavera con peso extra.

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