Cada día, millones de personas se levantan para cumplir con sus tareas, obligaciones u objetivos. Intentan pagar un crédito, comprar un coche, llegar a fin de mes, quizás planear un viaje o ganar derechos laborales. Unos buscan progresar, otros sobrevivir. Desean lo mejor para sus hijos o prefieren no tenerlos porque pareciera no haber mucho futuro que ofrecerles. 

Paralelamente, los medios informan sobre incendios, heladas o inundaciones sin precedentes, y la ONU alerta sobre el calentamiento global. En ese contexto, las medidas que se han tomado en términos masivos para combatir la crisis global parecen jarabe para la tos como tratamiento para el cáncer.

Con todo eso sobre los hombros de las personas, los escenarios de futuro parecen apocalípticos. Parece que los individuos no pueden hacer una diferencia mientras están ocupados en resolver sus vidas, y es más que evidente que los gobiernos no se interesan por el bienestar global. 

Sin embargo, entre todas esas narrativas que los medios construyen acerca de la realidad, cada día nacen nuevos proyectos, visiones, perspectivas y comunidades alrededor del mundo que han tomado su vida para vivirla de una manera más plena. Personas que han decidido no derribar el sistema sino empezar construir otros, han dejado de luchar contra la opresión para crear espacios de libertad, han dejado de pelear para estar en paz. Y han logrado esto, de manera concreta y en gran medida, al integrar una serie de herramientas y principios éticos a través de la permacultura.

La permacultura es un concepto que fue utilizado por primera vez por los australianos David Holmgren y Bill Mollison en 1978. Ellos buscaban el desarrollo de una agricultura permanente como alternativa a la agricultura industrial y sus efectos altamente contaminantes. Antes o después de este concepto se han usado otros, como desarrollo sustentable o ecodesarrollo. No obstante, independientemente del término que se utilice, es importante saber que otras formas de sociedad son no sólo viables o posibles, sino que ya coexisten con el sistema actual. 

Así, la permacultura sabe que el ser humano forma parte de la naturaleza. Desde esta perspectiva se desarrollan herramientas de diseño y se consideran principios éticos para cubrir todos los aspectos de la vida del ser humano como el gobierno y la comunidad, las finanzas y la economía, la salud y el bienestar espiritual, la educación y la cultura, así como la tecnología y el hábitat.

Es decir, la permacultura busca el cuidado de la Tierra, el cuidado de la humanidad y el cuidado del futuro, pues toma como principio básico que no puede existir uno sin lo otro.

Un ejemplo de permacultura aplicado al hábitat sería construir una casa con técnicas de bioconstrucción para evitar contaminar y, al mismo tiempo, aprovechar al máximo los recursos disponibles como el agua, el tipo de suelo, el clima y los desechos. Por otro lado, un ejemplo aplicado a la educación sería ir a una escuela donde se aprende de agroecología, del cuidado de la comunidad y de la biodiversidad.

Bajo los principios éticos de la permacultura, se tomaría en consideración la vocación e intereses de las personas para que logren su bienestar. Además, las actividades laborales se adaptarían al bienestar tanto de las personas como del medioambiente, y no viceversa. Lo mismo sucedería con la tecnología, pues ésta se adaptaría a las necesidades profundas de la sociedad y no a las superficiales.

En México existen cada vez más comunidades que viven utilizando las herramientas que ofrece la permacultura y que además se dedican a enseñar sobre ella. En Veracruz se encuentra el proyecto de Las Cañadas, Tierramor en Michoacán, Granja Tequio en Puebla, Permacultura Educativa en Querétaro y Ná Lu'um México en Hidalgo, por citar sólo algunas iniciativas.

Estas acciones podrían ser el principio de un cambio de paradigma, algo tan importante como cuando se descubrió que la Tierra gira alrededor del Sol, que el ser humano evolucionó de los homínidos, o que existe el inconsciente y el inconsciente colectivo. Sin embargo, sucede que este cambio implica reconocer lo que siempre ha estado frente a nuestros ojos: que somos parte de la Tierra y no hay ningún sacrificio en asumirlo.