En las tradiciones budistas, hinduistas y taoístas, la retención del semen es vista como una importante práctica que no sólo incrementa la vitalidad y la longevidad sino que aumenta la conciencia del practicante. En gran medida el semen simboiza el elixir, el soma o amrita que en la alquimia se liga con la inmortalidad. Recircular el semen y subir la energía sexual hacia la corona es equivalente en muchos sentidos a despertar la energía kundalini, y en el taoísmo significa transformar la esencia vital en espiritual.
Según el Dalái Lama, en el tantra budista se practican técnicas para tener orgasmos de dicha extática sin emisión. Esto permiite que se manifiesten los niveles más sutiles de la mente y que se liberen obstrucciones psicofísicas. El deseo sexual, en el tantra, es entendido como una vía para eliminar todo deseo groso o burdo que ata a una persona a la existencia condicionada o samsara. Se tiene especialmente cuidado, ya que es el deseo lo que hace que el inidividuo se libere tanto como lo que hace que el individuo se encadene al mundo de sufrimiento. Podemos decir que el deseo del practicante tántrico es un deseo sublimado, desapegado, que se utiliza como un combustible para la sabiduría. El deseo está en función de la iluminación y de eliminar los deseos mundanos. El Dalái Lama señala que son solamente los individuos de gran disciplina y logros en la práctica los que deben practicar sexo tántrico, pues de otra forma es muy fácil que se generen más apegos y ataduras, ya que están jugando con fuego.
Por otro lado se puede mencionar que el mago, filósofo y pionero del humanismo científico, Giordano Bruno, en su libro Sobre los vínculos en general, recomienda practicar el coitus reservatus, la contención de la eyaculación para que así el mago no pierda poder, carisma y atracción, como si el semen permitiera conservar la vitalidad y una energía magnética.
Puede que estas ideas le resulten a algunas personas propias de otro orden de pensamiento más antiguo, ligado a la magia y a la religión, pero basta intentarlo en carne propia, especialmente notando qué cambios se tienen cuando se eyacula o cuando se tiene sexo sin eyacular, sobre todo si se realiza con atención plena.