Previsiblemente, la pandemia de covid-19 ha desatado algunas de las conductas más extrañas en el género humano. En varios países, por ejemplo, ocurrieron compras desaforadas de papel higiénico, una elección espontánea de producto que todavía hoy no se ha logrado explicar. También hay quienes ahora lavan compulsivamente todos los objetos con los que tienen contacto. E igual de inexplicable podría ser la actitud de quienes niegan a rajatabla lo que ocurre.
En ese sentido, en los últimos días se ha observado una nueva inclinación hacia la que comienza a volcarse la mayoría: la adquisición de cubrebocas cuyo principal material es el cobre.
El cobre es un metal en cuya superficie el coronavirus SARS-CoV-2 sobrevive muy poco tiempo y, de hecho, en comparación con otros materiales (plástico, papel, etcétera), el cobre es especialmente adverso para este y otros agentes patógenos.
Dicha cualidad del cobre se conoce desde hace ya bastante tiempo, al grado de que su uso es frecuente y recomendando en el marco de la medicina tradicional ayurvédica, una de las más antiguas de la historia, además de que su capacidad de destruir bacterias y virus se encuentra bien documentada y comprobada por la medicina moderna.
A sabiendas de ello, algunos fabricantes de material médico y de curación comenzaron a producir cubrebocas en cuya elaboración se incorpora ahora el cobre. Si ya en años pasados los pomos de las puertas de los hospitales se fabricaban con dicho material y, en algunos casos, se usaban almohadas y sábanas cuyo prelavado industrial se hacía en una infusión de cobre, ahora algunos procedimientos afines se usan para las máscaras higiénicas que, todo parece indicar, se convertirán en el accesorio de uso diario obligatorio en la nueva cotidianidad que se avecina.
Entre otras, las firmas Atoms, The Futon Shop, Cupron (las tres con sede en Estados Unidos) y Argaman (de nacionalidad israelí) se han abocado a ofrecer cubrebocas de cobre, con precios que van de los 10 a los 70 dólares por pieza. En todos los casos se trata de máscaras hechas de una mezcla de fibras sintéticas y naturales, específicamente de algodón y poliéster, entre las cuales se mezcla un poco de cobre.
En términos generales pueden señalarse al menos dos cualidades por las cuales su uso ha llamado la atención.
La primera es la capacidad antiséptica del cobre, la cual es real y efectiva. En este aspecto, la mascarilla de cobre se sitúa en seguridad en un punto medio entre la máscara más sencilla del mercado y otras como las N95, diseñada especialmente para aislar por completo el área de la nariz y la boca de una persona. A este respecto, sin embargo, cabría hacer notar que la efectividad del cubrebocas de cobre depende de la cantidad de este metal presente en las fibras de la máscara.
Por otro lado, una segunda ventaja de las mascarillas de cobre es que pueden lavarse y reutilizarse en repetidas ocasiones, pues su durabilidad es superior a la de los cubrebocas más comunes. Hay algunas cuya efectividad parece durar incluso varios años.
Quizá por esto, mucha gente en los países de origen de dichas empresas buscan adquirir este tipo de cubrebocas, lo cual los está convirtiendo en una suerte de mercancía sumamente valorada.
De cualquier modo, las autoridades sanitarias en esos lugares no se han pronunciado oficialmente sobre la efectividad de los cubrebocas de cobre, sobre todo porque hasta ahora no ha sido posible realizar estudios al respecto. En ese sentido, la recomendación es informarse bien antes de adquirirlos.
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