Hemos construido una narrativa en la que el amor es concebido básicamente como el encuentro de dos personas --dentro de la vastedad del mundo--, la una brindando significado a la vida de la otra y viceversa. Dentro del andamiaje casi mágico que se presenta para este encuentro, la conexión, sin embargo, es fundamentalmente química, material y hasta materialista: se hacen la vida más fácil (por lo que dura el hechizo) y se brindan los medios para subsistir. A veces, cuando el amor es especialmente afortunado o empecinado se derrama en un núculeo familiar pero generalmente estas células de amor permanecen separadas del mundo. Esta narrativa sugiere que si el amor es lo más importante entonces lo más importante es encontrar a una persona para amar, una persona que nos permita expresar ese amor que tenemos guardado y que no sabemos expresar si no es bajo las condiciones adecuadas, como dice una canción de Los Beatles: "I don't know why nobody told you, how to unfold your love?"... De no encontrar a esa otra persona, entonces el inidividuo se hallará falto, carente de una energía vital o de una razón de ser, y su vida será considerada por la sociedad como un fracaso, una maladaptación. Se nos dice que la magia del amor sólo puede operar en el polo complementario, en ese hallazgo de la otredad fuera de nosotros que constiuye el santo grial de la existencia.
En la práctica, actuando en el mundo, descubrimos que esa carencia difícilmente puede ser satisfecha por mucho tiempo por otra persona, ya que ella también carece y es imperfecta y está incrustada en un mundo impermanente. Si amamos a una persona por aquello en ella que está sujeto al tiempo y a la mutación, entonces nuestro amor es un castillo de naipes. Esto ha sido identificado de manera muy clara por el budismo, en donde el amor busca ir más allá de los karmas que unen a dos personas y mira hacia aquello que no es perecedero, por lo que tiene una expresión más refinada como compasión, una trascendencia del deseo y la individualidad. El maestro budista Thinley Norbu Rinpoche dice:"Si podemos evitar aferrarnos a los demás con el miedo egoísta de perderlos o con la esperanza de poseerlos con nuestra mente ordinaria dualista e inconsciente entonces la energía del amor se incrementa y su cualidad de dar energía a los demás se abre y se expande".
Añade que la esencia del amor es dar energía y que "su intención debe de ser la misma que la de la fe: llevar a la iluminación, lo cual nos libera del sufrimiento del amor mundano superficial". En la tradición budista, el amor encuentra su más sublime expresión en el juramento del bodhisattva que ha prometido vaciar el samsara: "Hasta que el miserable lamento del sufrimiento de todos los seres no cese, la enfermedad del bodhisattva no se cura", se dice. Este amor incondicional no puede más que nacer de la sabiduría, de la profunda certeza en el corazón de una vida espiritual que trasciende las vicisitudes del samsara.
Los antiguos, que no enaltecieron tanto el amor de pareja (el amor romántico es una invención moderna se dice), sí, sin embargo, cedieron un lugar fundamental al amor en su cosmovisión, quizás incluso más sublime que el que nuestra sociedad adicta al romance le otorga. En la filosofía de la Grecia órfica, el amor constituye una fuerza integradora cósmica, el pegamento mismo del mundo, la energía aglutinante, la expansión misma de la luz original (Eros es Fanes). Si el lugar del hombre en el mundo puede considerarse como una fractura, una caída o un extravío, y por lo tanto una búsqueda de la unidad original perdida, el amor es el antídoto, una fuerza negentrópica que restituye la unidad. El búmerang con el que dios lanza a las almas (se lanza a sí mismo al olvida de la materia). Una serpiente uróboros.
La filosofía mística antigua --la raíz de la cual se ha separado la filosofía occidental secular-- tenía una visión espiritual del cosmos, así el gran deseo de unidad que inflama el amor no se conformaba con la posesión de otro ser humano, con el reposo en una dualidad significativa. Como explica la sacerdotisa Diotima a Sócrates en el Banquete, el amor de pareja es solamente un trampolín hacia el amor cósmico, el amor que se eleva hacia lo divino, de lo personal a lo universal. La magia del amor para los filósofos de la tradición platónica permitía trascender lo material y lo mortal --las ligeras alas de eros estaban llenas del polvo dorado de la eternidad. El verdadero amor, parafraseando a Quevedo, es siempre amor más allá de la muerte. Complementa Thinley Norbu: "Si creemos en la continuidad de la mente, nuestro amor por los otros se vuelve continuo. Si reconocemos esta continuidad, no confiamos en circunstancias tangibles y temporales ni las tomamos demasiado en serio". El budismo rechaza la existencia de un alma individual, pero no de una vida universal que perdura, que es y ha sido para siempre. ¿Podemos ver esa vida, esa vela invisible, brillando en la amada?
Intentaré aquí condensar de manera lírica, con la liciencia poética que concede la mania erotike, esa locura que viene de Venus y que Sócrates celebró como la más sublime de las manías, que hace crecer alas a los hombres, en su urgencia por participar en el banquete celeste.
La ilusión fundamental es que sólo somos nosotros, individuos, fragmentos. Es por esto que el amor es lo divino en nosotros, puesto que primero nos hace querer trascender nuestro aislamiento, ser más, ser otro, rebasarnos, penetrar el seno ansiado de nuestro deseo. Más grandes y vastos, profundamente conectados, con las mentes entrelazadas --el amor nos permite imaginarnos como un sistema dinámico colectivo que percibe la realidad en cúmulo y que tal vez puede tener conciencia de algo más que su propio ser: ese encantamiento de querer ver el mundo a través de los ojos de otro y sentir lo que el otro siente. Es por esto que el amor es una formidable herramienta para la gnosis divina, un poder vicario a través del cual podemos experimentar el estado de unidad que es la verdad. Al relajarnos en el mar del ser amado y liberar las tensiones de nuestra personalidad individual en impersonales aguas océanicas se disuelven las barreras del ego. Al disolverse las barreras del ego, realizamo la operación fundamental de la alquimia del amor que llevó al místico jesuita Pierre Teilhard de Chardin a decir que el amor es aquello que hace espíritu de la materia.
El amor nos permite simbolizar la totalidad en un individuo pero nos pide necesariamente trascender el amor a una persona única --para que nos sirva como un portal para alcanzar la unidad con el mundo. Para ir de lo concreto a lo abstracto, de la materia a la idea sin forma. De aquello que es la causa de toda forma, el motor inmóvil del cosmos, que magnetiza hacia sí a todos los seres.
¿Puedes ver en el rostro el resplandor del alma? ¿Y puedes ver en la luz del alma, la luz del Anima Mundi, el Alma que emana toda vida? Persistencia de ese fiat lux, ese espíritu que se movió sobre el abismo --y sopló luz: vida.
Platón nos diría que el amor real es la desfragmentación del alma, su unión no con una pareja --alma o llama gemela-- sino con nuestra propia secreta estrella, nuestra esencia eterna, en la que brillan como joyas perfectas los eones y arquetipos.
La transformación del amor es que esa unidad con un otro --que es el fruto del deseo o de la cualidad anagógica y teúrgica de la belleza, de ese llamado que opera a través del maia lúdico de la forma-- se convierta en un impulso irrestañable de unidad con todo, a través de una persona descubrir la puerta hacia el centro del universo en cada cosa. Aquí es donde la gnosis y el amor se encuentran, en el sentido bíblico, porque conocer algo es hacerse lo que se conoce, una fusión divina, un intercambio de sangre y carne y espíritus vitales. Finalmente el objeto del conocimento (o deseo) y el sujeto que conoce, se disuelven, se vuelven ser puro, nunca fijo, perpetuo devenir: esta es la verdadera pirotecnia del amor, creatividad infinita, colores de nebulosas y serpientes desenrolladas estallando sobre el cielo (el vacío como tálamo de los amantes cósmicos, el Sol y la Luna, Shiva y Paravti, la Conciencia y la Energía). No poseemos a alguien, somos poseídos por Aquello que Es Todos; no somos individuos que aman sino el Amor mismo que existe, como existe la luz que sopla vida en las aguas en el amanecer continuo del tiempo.
Le felicidad del amor es el olvido de nosotros mismos en un territorio más vasto.
¿Qué es el amor sino el ensayo humano de un irrevocable destino divino?
Twitter del autor:@alepholo
El amor en la filosofía platónica y en el budismo