Los antiguos imaginaron el universo como el cuerpo de una deidad; el cosmos: la anatomía de un majestuoso ser que era todas las cosas. Platón llama al cosmos "un animal divino" y considera que las estrellas son almas que cuentan con un prinicipio de animación e intelección. Esta animación fue representada como una respiración, una armonía y un ritmo: el inhalar y el exhalar e incluso la sincronización de esas actividades como signos del orden y de la estructura numérica del universo. Contar la respiración es en numerosas tradiciones la vía regia para entrar en un estado de meditación o de afinidad con el flujo del universo, el insondable Tao.
Aquello que es un alma es aquello que tiene aliento, que tiene el soplo de la vida; la "respiración" es lo que lleva el "espíritu" (la palabra es la misma: una reiteración del espíritu original en el ritmo). Esta relación ocurre en la mayoría de las culturas; en sánscrito "prana" es el aire pero también el espíritu; "akasa", el éter o aire y también la memoria y la conciencia; en chino, "qi" es la energía y el aire, pero también tiene una connotación de información. En hebreo se dice "nephesh", un término que en la Biblia se refiere al aliento pero que también implica el alma, o el medio vital que circula en la sangre. En el Génesis se habla del solpo de Dios, el "ruach Elohim" que se posó sobre las aguas echando a andar un perpetuo movimiento de manifestación divina.
Es a través del aire que se transmite la energía, esto lo sabemos, por ejemplos con las ondas radioeléctricas o con las partículas magnéticamente cargadas. Los antiguos creían que el aire era el medio que de alguna manera captaba el espíritu del cielo, la energía vital del Sol e incluso la semilla sutil de la conciencia, que existía en el espacio mismo. Como es adentro es afuera, y es el aire, que a través de la sangre circula (esa coagulación del ánima), lo que nos permite realizar actividades corporales.
Roberto Calasso, en su obra sobre la filosofía de los Vedas, Ardor, observa que en todos los actos esta implícita "la alternancia de dos gestos: dispersar y recolectar", gestos "inevitablemente concebidos, como la respiración, sístole, diástole, el solve et coagula de los alquimistas". Podemos encontrar los dos principios esenciales de la dinámica de la creación. En la India se habla de dos movimientos fundamentales el manvantara y el pralaya, el primero es la manifestación y el segundo la absorción del cosmos. Se representa a Brahma, la divinidad suprema, como exhalando y así manifestando todo el universo (la procesión de Manu) y en su inhalación absorbiendo de nuevo a todos los seres, en un estado de reposo llamado también la noche de Brahma, un sueño sin sueños. Hace algunos días entreviste al espagirista Álvaro Remiro quien comentó al respecto de este movimiento que los alquimistas llamaban solve et coagula:
"El solve et coagula es el ritmo básico del universo, todo lo que podamos observar en el mundo “real” se está coagulando o se está disolviendo. Los antiguos sabios también lo denominaban “el mundo de la generación y de la corrupción”. Las cosas invariablemente se materializan para su posterior desmaterialización, esto también lo podemos entender como que todo tiende hacia un sentido concreto, que es su vocatio, es decir, hacia la tendencia natural en la que ha de expresar su forma espiritual en la materia, para después disolverse. Todo lo que nace muere, todo lo que se manifiesta surge de lo no manifestado".
Podemos concebir entonces que con cada acto de inahlación y exhalación estamos repitiendo un proceso cósmico universal de expansión y contracción y nos estamos vinculando con el corazón mismo de la creación. Un mismo aire, un mismo hálito, una misma vida, de alguna manera, circulando desde el comienzo hasta el final de los tiempos en todos los seres. En la respiración está la puerta para acceder a este misterioso mar de energía (lo "no-manifestado") que es el cosmos.