El solsticio de invierno marca el inicio de la estación invernal, con la noche más larga del año. Se trata de un momento en el que el Sol alcanza su mayor altura, la cual se relaciona con las ideas de renacimiento y renovación. Por ello, el solsticio ha sido honrado como algo sagrado por muchas tradiciones y culturas, ya que celebra la luz y el renacimiento del Sol tras una larga oscuridad.
Durante esta noche, el Sol alcanza su máxima declinación sobre el ecuador, hasta hundirse en la fosa cósmica donde simbólicamente muere, para después resurgir poco a poco en un nuevo ciclo de vida.
En el mundo espiritual, la oscuridad de la noche más larga del año simboliza el lugar en el que muere el Sol, para después renacer y llenarlo todo con su luz. Por ello, ésta solía ser una noche para recogerse en torno al fuego de velas, fogatas o chimeneas para evocar al Sol.
De alguna manera, es tradición evolucionó hasta convertirse en las luces que se colocan en forma de velas en las coronas de adviento y de foquitos multicolor en los árboles de Navidad, en torno a los cuales las familias o los grupos de amigos se reúnen para compartir el amor y los buenos deseos, además de los alimentos.
Las luces son un recordatorio de la luz interior y la esperanza del retorno de los días soleados. Se cree que la tradición de encender muchas luces en estas fechas es un intento de equilibrar y llevar mejor la época más fría y oscura del año.
Aunque para muchos el frío y la oscuridad que caracterizan al invierno pueden resultar melancólicos y abrumadores, el solsticio de Invierno, como una celebración del nacimiento del Sol, brinda la promesa de un nuevo comienzo.
La noche más larga es un tiempo fructífero para sembrar las intenciones a la luz del Sol que ha renacido. La oscuridad antes del amanecer, al igual que sucede en las lunas nuevas, puede ser un momento de gran alcance mágico para establecer y decretar lo que te gustaría que sucediera en el nuevo año. Así, lo que se conciba ahora, puede crecer con el Sol y ganar impulso en la primavera.
El inicio del invierno es también el comienzo de un tiempo de recogimiento, en el que hay que ir más lento, que es propicio para la reflexión y la introspección. Es una etapa de descanso antes del despertar que tendrá lugar en primavera, y es un momento para acumular la energía que se necesitará cuando los días más largos regresen (recuerda que en invierno los días se vuelven más cortos).
Desde una perspectiva astrológica, los equinoccios y los solsticios marcan el punto de cero grados de los signos cardinales, por lo que se les relaciona con los cambios de conciencia de todo el planeta y se presentan como una gran oportunidad para meditar.
Específicamente, el solsticio de invierno señala la entrada del signo de Capricornio, con lo que se da una estrecha relación entre el Sol que renace y la Tierra, ya que el de la cabra es un signo de tierra.
Además, el solsticio está regido por Saturno (planeta regente de Capricornio), que es el dios de la agricultura, y por eso en los días cercanos a esta fecha se realizaban las Saturnalias romanas, grandes fiestas de culto a este planeta.
Saturno es el planeta de la melancolía y de la nostalgia, y se le relaciona con cualidades como: responsabilidad, concentración, constancia, autocrítica, justicia, madurez y perfeccionismo. A este planeta también se le vincula con el dios griego del tiempo, por lo que transmite estructura y disciplina para construir la vida de manera íntegra.
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