¿Te atraen las personas frías o distantes?, ¿sientes que en tu interior hay alguna imperfección que te impide ser amado o aceptado?, ¿antepones las necesidades de los demás a las tuyas?, ¿tienes miedo de que pueda ocurrirte algo malo?, ¿a pesar del reconocimiento general te sientes infeliz o insatisfecho?
Todas estas situaciones y muchas más que no te explicas por qué experimentas se denominan, de acuerdo con Jeffrey Young, psicólogo cognitivo conductual, esquemas. Son conjuntos de creencias controladoras que provienen de tu niño interior, pues las aprendiste y estableciste en tu infancia (y se repiten durante toda la vida) como TU VERDAD, como la definición de quién eres y cómo opera el mundo. Si de niño fuiste abandonado, criticado, sobreprotegido, víctima de burlas, controlado, etc., estos aprendizajes conformarán una parte de ti que aun cuando seas adulto y hayas dejado el hogar, repetirás para volver a ser abandonado, criticado, sobreprotegido, víctima de burlas, controlado, etcétera.
¿Acaso no tienes una amiga de la que piensas “Pobre, siempre le tocan borrachos”, un amigo del que dices “Inocente, siempre le ponen el cuerno”, o una compañera de oficina a la que le cargan todo el trabajo y no se atreve a decir nada?… El niño interior determina cómo piensas, sientes, actúas y te relacionas con los demás. Tiene sentimientos intensos como ira, tristeza, ansiedad, dolor. Y tú, como adulto, te la pasas ignorándolo y luchando por superar esos extraños sentimientos y esas conductas que te llevan a caer en lo mismo una y otra y otra vez. Por ejemplo, tu madre solía decirte que viajar en avión era muy peligroso, tú no lo cuestionaste porque de niños asimilamos como la verdad absoluta todo aquello que nuestros padres dicen. Y ahora no tienes idea de por qué sólo puedes abordar después de beber tres whiskys al hilo y 25 miligramos de Tafil.
Los mensajes no necesariamente fueron tan directos. Hubo muchos que tú “adivinaste” o “concluiste”; por ejemplo: los padres de Jorge discutían mucho y peleaban frente a él, al final el papá se fue de la casa y fueron pocas las veces que lo volvió a ver. Jorgito niño solía experimentar una fuerte ansiedad cada vez que esto ocurría, se escondía en la cocina y pensaba: “Soy malo, por eso pelean mis papás. Si yo fuera importante mi papá no se habría ido de casa. No merezco ser amado…” y otras cosas por el estilo. A Jorgito nadie le dijo que no lo amaban ni tampoco que era malo, fueron las conclusiones lineales que un niño puede deducir. Lo grave es que Jorgito crecerá con esa creencia de rechazo y quizá la manifieste en el temor a establecer relaciones, o dudando de sus capacidades frente al jefe, o caerá frecuentemente en discusiones con la pareja, o todas las anteriores.
¿Qué vamos a hacer al respecto? No podemos dejar que tu niño interior mantenga esos sentimientos y creencias erróneas vivas como la verdad incuestionable. RECONCÍLIATE CON TU NIÑO INTERIOR. Existen muchas dinámicas para lograrlo; hoy te sugiero un breve proceso creado por Jeffrey Young, en el que debes sentir al niño herido en tu interior:
1. Cierra los ojos, recuerda tu infancia, visualiza lo mejor que puedas e intenta sentir a tu niño interior de la manera más real posible; acude a la casa de tu niñez, o a la escuela…
2. Ubícate con tu niño interior en esa época dolorosa o difícil, acércate a él y pregúntale cómo se siente, qué piensa. Por ejemplo: tengo miedo, soy malo, no sirvo, ¿por qué mi papá/mamá me pega?; me siento muy solo; ¿por qué mamá/abuela/papá prefieren a mi hermano(a)?
3. Observa en su comportamiento algunas de las cosas que tuvo que hacer para sobrevivir emocionalmente. Por ejemplo: no sentir, ser independiente, esconderme, ser aplicado, quedarme callado, ser agresivo, ser rebelde…
4. Habla con él. Vete a ti mismo, siéntalo en tus rodillas y dile: “Jorgito, me sabe tan mal lo que te ocurre, tus padres no son capaces de estar contigo, te ignoran al intentar recomponer sus cosas… pero tú no eres el problema, para ellos eres muy importante, sólo que sus problemas los han rebasado… necesitas amor y atención y yo te los daré, sé que tienes miedo pero yo estaré contigo, te ayudaré a sentirte mejor y a conseguir lo que te propones, todo irá bien”.
5. Pregúntale qué necesita, escucha qué quiere y dáselo en esta visualización; tal vez quiera que su madre lo abrace o que su padre le diga palabras positivas. Crea esas imágenes. Sé compasivo con él, actúa de modo amoroso y muy afectivo.
6. Transforma su físico de modo (realista) que lo veas más fuerte, más seguro, imagínalo jugando y actuando con confianza, obsérvalo actuando en la escuela o con otros niños muy feliz, confiado, con gozo, escúchalo diciendo frases positivas: “Todo está bien, esto pasará, a veces así son las cosas pero yo soy fuerte, soy inteligente, soy capaz, tengo todo para triunfar…”.
7. Ahora abrázalo y despídete de él, hazle saber que siempre estarás ahí para apoyarlo, aunque definitivamente él cuenta con todo para salir adelante por sí mismo, dile que siempre estará a salvo, que puede confiar y creer en él… visualízalo fuerte, reconstruido, alegre, seguro, con fe en sí mismo…
8. Por último, guarda esta imagen positiva como la más representativa de tu infancia y acude a ella constantemente. Durante algunos días imagina que tu niño interior te acompaña en el transporte, en el carro, caminando por la calle y dale algún gusto: compra para él (para ti) un helado, un juguete, súbete a un columpio o compra una bolsa de canicas y ¡juega con ellas!
Con este ejercicio se pretende reacomodar los recuerdos e información dañina o errónea. Para lograrlo de manera permanente repite esta secuencia dos o tres veces (o las que sean necesarias) hasta que recuerdes tu infancia sin dolor, culpa, enojo o cualquier otro sentimiento negativo.
Hazlo hasta que puedas decir: “Sí, tal vez las cosas no fueron tan buenas en mi niñez, pero no fue el fin del mundo…”, “fui un niño afortunado en muchas cosas…” (y menciónalas), “tal vez hubo malos momentos, pero eso no fue toda mi infancia, en muchas cosas fui un ganador (tuve salud, escuela, amigos, pastel de cumpleaños, vacaciones…)” y genera constantemente la imagen de tu sí-mismo-niño fuerte, simpático, tenaz, seguro, valioso.
Reconciliarnos con el niño herido que permanece en nuestros recuerdos nos conduce a una reestructura cognitiva en la que podemos diferenciar la debilidad que experimentábamos en aquel entonces como niños dependientes de las buenas o malas decisiones de nuestros padres, versus el poder y autonomía que podemos ejercer actualmente como adultos ante situaciones de abuso, miedo, vergüenza u otras similares.
¡FELIZ DÍA DEL NIÑO!
Adriana Medina, la autora de este artículo, es psicóloga organizacional con maestría en Terapia Cognitivo Conductual. ejerce como psicoterapeuta, consultora empresarial y coach en procesos individuales, de pareja y talleres grupales dirigidos al bienestar y empoderamiento de las personas. Es también directora de RICH (Recursos Inteligentes en Capital Humano).