Existe una clave muy importante e infalible para que las cosas que haces en el día sean aprovechadas al máximo y te salgan bien: no desvalorices el esfuerzo que hiciste para llegar a donde estás, incluso si aún no has alcanzado tu meta final.
Todas tus acciones tienen una importancia y una consecuencia específica. Todo lo que haces con amor, dedicación y energía tiene un valor desde el comienzo de “poner la primera piedra”, independientemente de que tu objetivo sea pequeño y personal o enorme y a escala social. Cada proceso tiene su tiempo de gestación y nunca habremos de perder la esperanza de verlo realizado, pase el tiempo que pase.
A veces nosotros mismos somos nuestros críticos más despiadados, nuestros jueces más crueles y hasta castigadores tajantes. Pocas cosas pueden desmotivarnos más que la propia censura y el propio castigo así que, en vez de calificarnos con parámetros injustos, lo mejor que podemos hacer es entender que ha costado trabajo y esfuerzo llegar a donde estamos, que el hecho de tomar una decisión y comenzar a ponerla en marcha es uno de los retos más grandes a enfrentar, pues el primer salto es el que puede hacernos dudar más cuando todavía no lo hemos dado.
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Una cosa es ser conscientes de nuestras limitaciones y otra muy diferente es exigir cosas que se salen de nuestras manos y juzgarnos cuando terminan por no salir como queremos. Hay que tomar en cuenta que, así como podemos ser nuestro mayor obstáculo, esa misma energía aplicada a la inversa es la misma que nos hará enfrentar victoriosamente los retos y proyectos que se nos presenten o que decidamos tomar.
No hay que dejar que las inseguridades nos venzan. La alternativa más saludable es conocer nuestros límites y también nuestros puntos fuertes y para usarlos a nuestro favor. Cuando tenemos claro lo que podemos lograr, sólo bastará un impulso para llegar aún más lejos de lo que jamás imaginamos.