Es discreto, personal, trasciende la avidez por los likes en Facebook y a veces hasta carece de popularidad. Es sincero, casi imperceptible y anónimo. De hecho, el anonimato conforma su esencia. Por su inmediatez, resulta sencillo de realizar, pero conlleva un nivel de dificultad que radica en una profunda conexión con el centro del corazón. Desde ahí proyecta una total disposición a creer en lo desconocido o inmaterial y entregarse a aquello de lo que sólo puede brindar testimonio a través de la fe y la devoción. Sus manifestaciones más palpables se encuentran en “los milagros”, esas “extrañas casualidades” o “inusitadas coincidencias”, calificativos con los que el pensamiento lógico trata de explicar un acontecimiento por demás inexplicable, sorprendente, esperanzador y que adquiere un significado trascendente para quien lo experimenta en mente, cuerpo y alma. Forma parte del “karma yoga” enseñado por el Señor Krisna: todo aquello que se realiza y ofrece en su nombre –el de Dios, el Creador, como quieras llamarle…– y su conciencia, más allá de juicios, gustos o personalidades. Este servicio es también amor puro e incondicional, deseo por lo divino que vibra en llama viva: bhakti yoga, una relación íntima entre el devoto, su Creador y su creación: éste es el servicio de la oración.
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios” –Jn. 1:1. Al principio, como a través de las épocas, incluso ahora y siempre, la verdad viva de nuestra alma se manifiesta a través de las palabras; “el Verbo” cuyas vibraciones crean y atraen circunstancias acordes a esas vibraciones. Cuando la palabra surge del profundo remanso luminoso del corazón, en honestidad y permeada por la gracia que se contacta a partir del recogimiento, surge la oración. Ésta genera un campo de protección y proyección alrededor de quien la emite: el aura expandida.
Como hemos visto en publicaciones anteriores, somos antenas que transmitimos y recibimos mensajes de las más diversas vibraciones. La práctica del mantra en la meditación se enfoca en esto para proyectar patrones de pensamiento positivos y creativos que transformen patrones negativos o reactivos y eleven el nivel de vibración de quien los practica, su vida y su entorno.
La técnica del mantra se complementa con la práctica de la oración. El sonido repetitivo que crea una atmósfera propicia para la expansión de la conciencia, le permite al alma manifestarse sin tapujos en su más prístina y luminosa ternura, en un amor trascendental donde la amada –el alma– le habla a su amado –el Creador– en el lenguaje de los amantes: el susurro amable, galante y cuidadoso.
El maestro Yogi Bhajan dice que “orar es hablarle a Dios y meditar es sentarse a escucharlo”. Meditar y orar también se complementan. Cuando te permites hacer un alto en medio del trajín cotidiano, inhalar, exhalar y a través de tu respiración contactar con tu oasis interno, elevarte más allá del tiempo y el espacio y darte unos minutos para mirarte hacia adentro y en un volumen sutil comunicarte contigo, accedes a un espacio de remanso donde contactas con la proyección de lo más elevado que hay en ti, esa experiencia de lo que se llama Dios. Y desde ahí, elevar-le y elevar-te plegarias y agradecimientos en nombre de las bendiciones que reconoces y manifiestas al entonarte con la vibración de tu alma, vibración cuya llave es la oración diaria.
Comúnmente se confunde orar con pedir. Pero el poder de la oración es más que creer que Dios hará tu voluntad bajo tus términos y condiciones específicas. Los milagros no obran así. Éstos se logran trabajando en tu intención, obrando con paciencia y orando con amor profundo, enfocando mente, cuerpo y alma en la visualización de lo que se anhela realizado y se ve como ya manifestado, conscientes de que todo llegará a su tiempo. Mientras tanto, nos corresponde enfocarnos en el trabajo de nuestro desarrollo personal disfrutando cada parte del proceso. Pero la oración más fuerte y milagrosa es aquella que se eleva más allá del bien personal, los gustos pasajeros, las ambiciones materiales o los efectos inmediatos; aquella que ve por el bien común y reconoce la comunión de todo lo que existe como parte integral de nuestra vida.
Orar es reconocer la capacidad que tenemos de bendecirnos y bendecir a los demás a través del poder más grande que tenemos: la palabra. “En el principio fue el Verbo…”. Bendecirnos, bendecir nuestro entorno, nuestro mundo, es obrar por el bien común desde lo más profundo de nuestra alma, la casa de Dios. Cualquier oración enseñada en el seno familiar, en la comunidad espiritual, creada o improvisada desde la llama de amor vivo que irradia el corazón en su anhelo por alcanzar o manifestar su divinidad… Éste es el servicio más inmediato, sencillo y personal que existe para transformar nuestra realidad, ayudarnos y ayudar a los demás, trabajando en elevar la vibración del mundo.
Cuando el Buda Shakyamuni ascendió al nirvana, invitó a un monje cuyas obras compasivas le abrieron también las puertas del nirvana. Este monje, Avalokitesvara, el boddhisattva de la compasión, se negó a ir con el Buda. ¿Cómo podría ascender al nirvana sabiendo que aún faltaban muchos otros seres sintientes que requerían conocer la verdad sobre el noble camino del dharma (el camino espiritual de la rectitud)? Avalokitesvara decidió permanecer en este plano hasta que todos los seres alcanzaran la paz. En eso sigue, en eso estamos. Como Avalokitesvara, nosotros podemos entonarnos con esa energía prístina y divina que pervive en nuestra alma y desde ahí, con el poder de la oración, obrar por la paz interior y del mundo.
Yogi Bhajan dice: “La conciencia individual nos lleva a la conciencia de grupo, la conciencia de grupo nos lleva a la conciencia individual”. Hoy, tu familia, tus colaboradores, la sociedad, el mundo, te necesitan, nos necesitan. El despertar de la conciencia ha comenzado, el tiempo de actuar es ahora. Y tú puedes contribuir a ese despertar, a elevar tu vibración y la de tu entorno a través del más grande poder, el mismo con el que fue creado el universo: el poder de la palabra; “Y Elohim dijo: hágase la luz, y la luz se hizo”. Tú, yo, nosotros, como parte de la Creación y portadores de su luz, podemos realizar el silencioso servicio de la oración día con día en un profundo y descarado acto de amor por ti, por los tuyos, por nuestra hermana humanidad, por nuestro mundo, porque sí, porque eso es lo que somos: amor, luz, paz y vida inagotables; lo demás es pasajero.
Te invito a experimentar los efectos de mantenerte sintonizado a la luz, tu luz, con el poder de la oración, esa capacidad que tienes de bendecirte, sanarte, bendecir y sanar a tu entorno con esta sencilla práctica:
Bendición para la paz del mundo
1. Junta tus manos en mudra de oración; palma con palma se presionan y la base de los pulgares aprieta el esternón al centro del pecho. Esto activa tu chakra del corazón, la casa del alma, y se vuelve una antena que proyecta tu intención hacia el infinito.
2. Date un minuto para inhalar profundo y en cada exhalación entonar un largo Saaaaat Naaam ("verdadera identidad"). Haz esto siete veces (una por cada chakra).
3. Tras contactar con tu identidad verdadera, di en voz alta: “Yo bendigo a este mundo con paz”. Inhala y exhala.
4. Practica esta oración durante 40 días y observa cómo cambias, cómo cambia tu entorno, cómo cambia el mundo.
5. Y recuerda sonreír, sonreírte, sonreírle al otro.
Sat Nam.