Septiembre del 2017 está registrado en mi historia personal como el mes más difícil de mi vida, el que me ha llevado a experimentar los peores miedos y las más grandes angustias. Mis columnas lo reflejan: empecé el mes escribiendo de un episodio límite en la autopista, luego el sismo y hoy la tecleo desde el cuarto de hospital en el que mi amor espera ser operado porque alguien (que se dio a la fuga) le pegó cuando iba en su moto.
No busco hacer de este espacio mi diario, pero sí confieso que escribo porque me ayuda, es una catarsis. El tema es que en todas las experiencias de este mes hay una gran lección que es obvia y simple, pero por lo mismo la olvidamos (la olvido) con frecuencia: la vida es ahora, la rutina es un privilegio.
Cuando la pierdes, la añoras. Quieres tomar tu café matutino, cocinar lo que haya, trabajar, reírte con un meme en el chat de amigas, platicar de lo que sea, cenar el sándwich del que dijiste estar aburrida, participar en planes ordinarios como ver Netflix o rociar aceite de lavanda en la almohada para dormir mejor.
A veces, necesitamos que una situación nos confronte para volver al centro con la mirada renovada sobre lo que nos hace ser quienes somos.
Esta es una invitación para que, no sólo en las malas, sino también, y aún más, en las buenas, valoremos nuestro aquí-ahora. No vivas esperando que ya sea viernes, los lunes también son increíbles. Si no te gustan, pregúntate por qué y cámbialo.
Haz conciencia de las pequeñas cosas que constituyen tu día a día, las personas y las actividades. No te quejes de ellas, sonríe porque las tienes. Date baños largos, duerme lo necesario, come rico, ama mucho, habla de todo, súbele al volumen, haz lo que te gusta y atrévete a cambiar lo que no te gusta. La vida es hoy, sólo hoy. Aprovéchala, como sea que interpretes esa misión.
NAMASTE.