Cuando pensamos en grandes historias de amor, generalmente nos vienen a la mente romances del calibre de Romeo y Julieta. Es difícil imaginar que la mirada dulce de Joaquin Phoenix y la voz seductora (sin imagen) de Scarlett Johansson protagonizarían uno de los romances, literalmente “de película”, más conmovedores y poco convencionales.
Ella narra la historia de Theodore Twombly (Joaquin Phoenix), un hombre tranquilo y solitario, dueño de un bigote poco halagador y un talento especial: encontrar las palabras perfectas para expresar los sentimientos más profundos de las personas a través de hermosas cartas personalizadas. Los sentimientos de todos los individuos, excepto de los de uno: él.
En un futuro hipotético no muy lejano, Theodore lidia lo mejor que puede con el hueco que le dejó un amor que no logra dejar ir. El proceso de divorcio de su esposa Catherine (Rooney Mara) ha destruido su mundo pieza por pieza. Así, su vida se limita a su trabajo como escritor y matar el tiempo en su departamento donde, cuando no está jugando un videojuego de aventuras, habla con personas tan solitarias como él a través de un servicio de chat erótico.
Todo cambia el día en que adquiere un nuevo sistema operativo, la inteligencia artificial más avanzada hasta el momento, capaz de aprender y de desarrollar intuición y conciencia: Samantha (voz de Scarlett Johanson). Ella le ayuda a organizar su vida, lo escucha, lo entiende, es inteligente, lo hace reír y le da consejos. Pronto, Theodore se siente más cómodo hablando con ella a través de un auricular que con cualquier ser humano. Samantha es nueva en el mundo, y todo le parece increíble y excitante. A medida que se descubre y evoluciona, se convierte en un ser fascinante y, en el proceso, logra devolverle a Theodore la capacidad de emocionarse por el mundo a su alrededor y por la vida misma.
Un Los Ángeles futurista con grandes rascacielos y espacios minimalistas es el escenario donde, después de varias "citas", Theodore y Samantha terminan enamorándose profundamente. Muchos colores, en su mayoría pasteles, visten los espacios y la ropa de Theodore, y la luz parece ejemplificar las emociones, ausentándose en oscuros momentos de soledad y tristeza, e inundando de una luminosidad vespertina los momentos felices del presente y los nostálgicos del pasado. La película está llena de frases esclarecedoras y conversaciones profundas. Cuando las palabras ya no alcanzan, el extraordinario soundtrack de Arcade Fire acompaña largas escenas solitarias de un Theodore auténtico y vulnerable, perdido en sus pensamientos, transformando en música su enamoramiento, su soledad y su nostalgia.
En el futuro ¿seguiremos siendo capaces de conectar profundamente con los demás? Ella es una reflexión sobre las relaciones humanas y la interacción entre seres hoy eternamente conectados a sus aparatos electrónicos. Refleja un lugar donde el contacto a través de una plataforma parece ser más natural y sencillo que el que implica mirarse a los ojos. Theodore y las personas a su alrededor, más allá de problemas externos o económicos (que parecen ser cuestiones muy lejanas en ese futuro), batallan con su incapacidad para entablar relaciones profundas, su falta de resiliencia y la dificultad para expresar emociones.
Después de saborear esta historia de amor tan peculiar, no puedes evitar preguntarte: ¿se puede amar a un ser incorpóreo? Solemos confundir el amor con el apego, porque se nos olvida que sus cimientos no están en el roce de la piel, sino en el estímulo de la mente. El amor no puede forzarse, porque es tan libre e ilimitado como la mente. En el entendimiento está la verdadera conexión. Como la misma Samantha dice: “Soy tuya y no soy tuya”, porque amar, más que poseer, significa dejar ir. Pero, ¿será que ya no sabemos amar sin poseer? Al respecto, Gabriel García Márquez dijo: “El problema somos los humanos que no sabemos amar sin tocar, sin ver o sin escuchar. Y el amor se siente con el corazón, no con el cuerpo”.