En las últimas décadas la meditación se ha ganado merecidamente una gran reputación en Occidente, demostrando en reiterados estudios su facultad de contribuir al bienestar de las personas de diferentes formas. Existen innumerables pruebas que respaldan esto; sin embargo, poco se ha mencionado el hecho de que meditar no es necesariamente fácil y en ocasiones puede producir efectos negativos. Los brotes negativos de la meditación han sido notados e incluso mapeados por tradiciones como el budismo zen o el budismo tibetano, pero hasta un reciente estudio había muy poco de esto en la ciencia moderna.
Los psicólogos Jared Lindahl y Willoughby Britton de la Universidad de Brown entrevistaron a 60 meditadores occidentales (que practicaban meditación budista), desde novatos hasta expertos que llevaban más de 10 mil horas meditando. Los investigadores identificaron más de 59 tipos de experiencias meditativas no deseadas dentro de siete rubros: perturbaciones cognitivas, perceptuales, afectivas, somáticas, motivacionales, del sentido del yo y sociales. Las experiencias descritas fueron desde ansiedad, miedo, insomnio, hipersensibilidad a la luz y al sonido, hasta náusea, alucinaciones, irritabilidad y rememorar traumas pasados. Estas experiencias podían ser breves, pero también duraderas.
Los investigadores señalan, sin embargo, que estas vivencias no eran necesariamente percibidas como algo adverso o verdaderamente negativo por los meditadores. Generalmente escogieron referirse a ellas como desafíos propios de la práctica. Se recomienda, por supuesto, tener un guía o un maestro calificado para poder discutir estas experiencias. En algunos casos, cuando las personas no tienen un guía, la meditación puede ser contraproducente, ya que si un individuo tiene un desequilibrio mental, la meditación puede disparar sus síntomas y, en vez de relajar, producir pensamientos obsesivos. La meditación no se trata de dejar de pensar; pensar puede ser parte de la meditación, pero el meditador debe ser capaz de observar sus pensamientos y no ser devorado por ellos.
Para algunos, el hecho de que la meditación tenga este "lado oscuro" podría parecer una temible sorpresa. No ciertamente para el budismo zen, que tiene una palabra específica para esto: "makyo", una palabra que significa "cueva de demonio" pero que hace referencia a las ilusiones de la mente, particularmente las que surgen debido al apego en una experiencia meditativa. Los demonios son fundamentalmente nuestras propios hábitos confusos y nuestras propias emociones negativas, lo que se conoce también como "kleshas", venenos o toxinas de la mente. En el budismo tibetano incluso existe una larga clasificación de todos los diferentes demonios que aparecen durante la meditación.
Al contrario de lo que podría pensarse superficialmente, el hecho de que la meditación produzca experiencias negativas y tenga estas dificultades en realidad es algo que confirma su valor (algo así como lo que ocurre con la falsabilidad y una proposición científica). Si fuera todo fácil y pura dicha no estaría trabajando profundamente nuestra mente, pues es obvio que nuestras mentes están llenas de negatividad, trauma y demás complejidades, y no se curan por arte de magia. Toda esta podredumbre psíquica, por llamarla de alguna manera, debe salir a la superficie, de otra manera seguirá enterrada, operando inconscientemente. El maestro budista Alan Wallace señala que cuando este tipo de eventos surgen y la persona no se identifica con ellos, no se fusiona cognitivamente, sino que sólo los observa y reconoce con serenidad, entonces estamos en proceso de sanar verdaderamente. Lo más interesante de esto es que, según el budismo, estos aspectos negativos que surgen no sólo son enfermedades o nudos mentales sino también físicos, así que la meditación sería capaz, al desapegarse de nuestras tendencias psicofísicas, de hacer una sanación holística de nuestro organismo. Esto, por supuesto, no es algo que suele ocurrir después de un par de sesiones, sino en los casos de individuos que realmente profundizan en la práctica.
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