A través de discursos como los de la psicología se ha configurado una idea de lo que es la soledad: un problema exclusivo del individuo. Como ejemplo están los efectos, ya sean negativos o positivos, que la soledad tienen en el cuerpo, tales como la pérdida de apetito, todo tipo de trastornos del sueño, tener mayor probabilidad de padecer depresión y ansiedad, o el aumento de los niveles de estrés.
No es que estos efectos sean falsos, sino que sugieren que los problemas que pueden resultar de experimentar soledad han sido causados por uno mismo y deben ser solucionados también por uno mismo. Todas estas consecuencias insinúan que la soledad por sí misma causa todo tipo de condiciones y aumenta la probabilidad de desarrollar ciertos padecimientos.
Este tipo de perspectivas no son falsas, pero sí son limitadas y no permiten la posibilidad de que te preguntes qué es lo externo a ti que condiciona que experimentes soledad. Por ejemplo: el tipo de vida que llevas, la forma en la que te relacionas con los diferentes entornos de los que formas parte, etcétera.
Uno de los efectos que produce este enfoque es que cuando llegas a experimentar soledad la vivas con culpa, como un castigo o como un defecto de tu personalidad. En pocas palabras, la soledad se vive como un sufrimiento o padecimiento.
Se está solo ante los demás, pero esto no significa que desde tu lugar no puedas relacionarte con otros, con un otro cualquiera: personas, libros, animales, paisajes.
Entonces, cabe que te preguntes si experimentar dicho tipo de soledad, la sufrida y padecida, no es en realidad una dificultad para establecer lazos y construir vínculos con los demás.
Uno puede estar rodeado de gente, tener familia y amigos, y aún así sentirse solo. Y aunque la dificultad para relacionarse tiene una parte de responsabilidad subjetiva, las diferentes formas en las que puedas relacionarte con los demás están guiadas por tus contextos y las características propias de la sociedad en las que vives.
El ser humano es un ser social. Aunque esta afirmación te parezca obvia (y lo es), tienes que preguntarte cuáles son las formas en las que te relacionas con los demás: cómo son y de qué dependen.
Y así como es igual de relevante preguntarte qué hay afuera de ti que te empuja a sentir soledad, también debes cuestionarte por qué necesariamente experimentarla está relacionado con algo negativo.
La soledad también es la posibilidad de ser reflexivo contigo mismo sobre lo que piensas y sientes. Aprender a vivir con la soledad sin padecerla promueve la construcción de lazos que no partan de la dependencia o de la necesidad de llenar un vacío.
Habitar la soledad no se hace por voluntad, como si fuera una decisión cuidadosamente planeada. Habitar la soledad sin padecerla es, de hecho, cultivar una forma de vida.