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La muerte del ego en las experiencias psicodélicas y en los ritos místicos

Febrero 25, 2016

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La civilización moderna occidental se considera directamente heredera del pensamiento grecolatino: admiramos su filosofía, su ingeniería, su democracia, su poder político. Menos hemos integrado un aspecto que probablemente fue defenitivo en la conformación intelectual y espiritual de estas culturas: los misterios iniciáticos. Por cerca de dos milenios en estas civilizaciones mediterráneas se celebraron distintos ritos religiosos secretos, los más famosos siendo los de Eleusis.

 

En estos misterios, cifrados por la más alta secrecía, se llevaba a cabo una especie de drama psico-cósmico, una enseñanza y una experiencia mística que diferentes investigadores han tratado de descifrar, sin que realmente se haya llegado a una conclusión definitiva. Sabemos que los misterios estaban ligados al mito del rapto y descenso al inframundo de Perséfone, la búsqueda de su madre Demeter y su posterior ascenso al mundo superior lo cual marca el renacimiento y el floreciemiento de la primavera. 

 

En su importante libro The Eleusian and Bacchic Mysteries, Thomas Taylor nos dice que Platón consideraba que "el gran diseño de los Misterios... era llevarnos de regreso a los principios de los cuales descendemos... una experiencia perfecta de bien espiritual".

 

Cicerón, no podía otorgarle más alto estima a los misterios: "De todas las instituciones excelentes y en verdad divinas que Atenas ha llevado y contribuido a la vida humana, ninguna, en mi opinión, es mejor que los misterios. Esto debido a que a través de ellos hemos crecido más allá del modo salvaje de existencia en el que estábamos y hemos sido educados y refinadados a un estado civilizado; y como los ritos son llamados iniciaciones, así en verdad hemos aprendido sobre el inicio de la vida y hemos obtenido fuerza no sólo para vivir felizmente sino para morir con esperanza".

 

Interpretaciones como la de Thomas Taylor, el traductor más importante de filosofía platónica y neoplatónica en la historia de la lengua inglesa, o la del erudito de lo esotérico Manly P. Hall, sugieren que los misterios debían de producir una experiencia en el neófito en con la cual se le hacía entender y experimentar de alguna manera íntima la inmortalidad o la noción de que el alma continuaba después de la muerte.

 

Los griegos, sabemos hoy, contaban con una dramaturgia sagrada, ligada a los aspectos rituales dionisiacos y a la mitología órfica; no es del todo implausible que se realizaran escenificaciones en las que se comunicaba de manera inmersiva y emocionalmente estremecedora los secretos que iluminaban el pensamiento filosófico y mitológico.

 

Sabemos por otros académicos modernos, como Carl Ruck y Gordon Wasson (quienes escribieron un libro junto con el Dr. Albert Hofmann sobre Elusis y la hipótesis de que se ingiriera una forma de LSD natural) que es posible que los rituales, como parte de su drama visionario, utilizaran una planta psicodélica.

 

Ahora bien, si miramos hacias las culturas que han utilizado plantas psicoactivas en rituales religiosos o chamánicos por milenios, existe una constante en los ritos de provocar una experiencia de muerte y renacimiento, lo que a veces se llama una muerte simbólica o un descenso al inframundo.

 

La experiencia psicodélica está ligada en su profunidad con la experiencia y el conocimiento de la muerte  ("ayahuasca", por ejemplo, significa liana o viña de la muerte). Esto resultó evidente para el Dr. Timothy Leary que en los 60 modeló la experiencia psicodélica alrededor del Libro Tibetano de los Muertos, el texto milenario del budismo tibetano que lidia con la navegación por los mundos intermedios (bardos) que prosiguen a la muerte en la escatología budista, en la que se cree en la continuidad de la mente más allá de este plano de realidad.

 

Leary creía que los psicodélicos podían usarse como una brújula para navegar estos planos sutiles de realidad, que emulaban los mundos intermedios o zonas liminales que los místicos habían atravesado antes. La clave de una experiencia psicodélica como de una experiencia mística, sugiere Leary, es la muerte del ego.

 

Al igual que en Eleusis o que en las meditaciones budistas, lo que se puede aprender en una experiencia psicodélica genuina, es que lo único que realmente puede morir es el ego, lo cual ciertamente no es el fin del mundo, es solamente el principio de la realidad.  Lo que permanece cuando quitamos el ego, eso -lo que no cambia- es lo real e inmortal, nos dirían los místicos de todas las edades. 

 

De todo lo anterior podemos especular que tanto la experiencia iniciática ritual como la experiencia psicodélica tienen como principal orientación y beneficio un conocimiento vivencial de la muerte, ya sea con una alteración psicoactiva --una muestra del mysterium tremendum, un atisbo de la eternidad-- que sacude al individuo hasta la médula y confiere de alguna manera el significado de la muerte en la epifanía psicodélica, ya sea con un simulacro numinoso en el que se conduce a la conciencia --cumpliendo la función de Hermes el psicopompo del inframundo que conduce de regreso al mundo superior a Perséfone-- a través del gran umbral de la existencia humana y en sus visiones o en la didáctica del teatro extático de Eleusis se revela el misterio filósofico de la muerte.

 

De igual manera, esta tecnología del inframundo o del supramundo, a través del símbolo, de la experiencia cercana de la muerte o de la experiencia psicodélica, detona una transformación. Esa transformación, creemos, debía ocurrir por la belleza y la profundidad de lo que se vivía (y entonces entendía) en Eleusis: "bendito es aquel que ha visto estas cosas/ante de irse de la tierra: porque entiende el final de la vida mortal/y el comienzo de una nueva vida, dada en la divinidad", escribió el poeta Píndaro. 

 

En diversas tradiciones aquel que conoce la muerte, aquel que ha regresado de su dominio o que ha sido iniciado en los secretos de la muerte, es considerado alguien especial, que lleva la marca del chamán, del místico o del profeta. No es del todo difícil comprender que la muerte confiere un poder sobre los demás y también sobre la vida misma, quizás porque ante el conocimiento de la inmortalidad se pierde el miedo y la ansiedad que caracteriza a los mortales, justamente por pensarse mortales.

 

Hay un cierto poder, carisma o numinosidad en en quien se ha arrojado al abismo, como dijo el psiconauta Terence Mckenna y "descubierto que es una cama de plumas". Para los platónicos y para los budistas, tener presente la muerte es el fundamento de la ética individual, ya que la vida encuentra su significado en la muerte o al menos la posibilidad de su trascendencia.

 

En el caso de la filosofía platónica, la muerte, como sugiere Sócrates, es la posibilidad de separar lo impuro de lo puro y elevar el alma a un estado beatífico de unidad con los dioses y las Formas de la eternidad --el filósofo se acerca a este estado de pureza contemplando el bien y obrando conforme a las nociones más altas que provienen de la idea del Bien; para el budista la muerte  puede ser la frontera de liberación de la rueda del sufrimiento que es esta vida en la que se ha echado a andar una inercia kármica; así la muerte llama a una conducta de compasión y conocimiento, erradicando el deseo y apego a lo material para dejar de acumular karma: una losa que impide volar hacia el impersonal vacío radiante del eterno dharma.

 

Se sabe también que una de las prácticas espirituales de los monjes budistas que se mantienen hasta la actualidad es contemplar imágenes de cadáveres, lo cual les recuerda que la existencia es impermanente, que el cuerpo es perecedero y que tienen una oportunidad invaluable de trascender finalmente la muerte y el sufrimiento asociado.

 

Si Manly P. Hall está en lo correcto lo que se enseñaba en Eleusis era que el alma humana era el ave fénix, el misterioso pájaro de fuego que renacía de sus cenizas (y que luego fuera transfigurado como una imagen de Cristo quien, como el fénix, renace el tercer día).

 

Y de manera simbólica al menos, esta es la enseñanza de que necesitamos morir para poder acceder a nuestra esencia relumbrante (o simplemente a la realidad) y encaramarnos sobre las mutaciones del tiempo en un trono de fuego inextinguible.

 

Como escribió San Juan, sólo aquel que ha vuelto a nacer podrá acceder al reino del cielo. Pero para nacer otra vez es necesario estar dispuestos a morir.

 

Imagen de portada de freestockcenter, Freepik

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