El solsticio de invierno es, para numerosas culturas tradicionales, una de las fechas más importantes y espirituales del año. Esta fecha, que marca el inicio del invierno y la noche más larga del año, era celebrada en numerosos rituales y festividades que contemplaban la muerte del sol y su renacimiento. En Roma esto era llamado el "Sol Invictus", la fiesta del Sol Invencible. Con el invierno toda la naturaleza moría, sin embargo, un instante -después de un momento de luto y quietud- se veía la semilla de una luz indestructible, del triunfo de la energía cósmica que daría a luz en la primavera. Tomando esto en cuenta y el hecho de que los solsticios son realmente los momentos que marcan el eje del año, podemos aprovechar para realizar una meditación, un ayuno, una contemplación o una serie de intenciones y agradecimientos con los cuales conectar con la naturaleza y con los ritmos cósmicos de los cuales también somos partes.
Fundamentalmente el tema del solsticio es la muerte. Este momento está regido por el elemento de la tierra: seco y frío y por la deidad Saturno, el planeta de la melancolía, de los límites, de la contracción. Es el momento de entrar en los abismos, en la profundidad de la tierra y vivir una muerte -al menos simbólica- para poder renovarnos. Sin muerte no es posible la transformación verdadera y estaremos viviendo los mismos programas y círculos viciosos. De la misma manera que el Sol se retrae en la tierra y vive un proceso de muerte, según las antiguas mitologías, así el ser humano -un microcosmos- debe vivir de manera resonante este proceso.
En general meditar sobre la muerte es siempre muy útil porque nos permite notar que la vida es sumamente frágil e impermanente por lo cual debemos de valorar cada momento. Siendo conscientes de que podemos morir, podemos disfrutar de lo maravilloso y único que es cada momento y tener la motivación para actuar sin reparar demasiado. Asimismo, la muerte llena de una cierta belleza a las cosas, ya que no son permanentes, sino eventos únicoss, algo así como obras de arte que nunca volveremos a percibir de la misma manera. Paradójicamente sólo la muerte puede realmente hacer que nos enamoremos de la vida constantemente.
Por otro lado, el solsticio guarda una enseñanza mística. Aunque el Sol muere y la luz se acorta, aún así renace de sus propias cenizas. De la misma manera que el Sol muere pero se alza invencible después, así nosotros también tal vez renaceremos. No como las personas que creemos que somos, sino como la vida misma, como una única vida que se enciende en el espacio y atraviesa a todos los seres.