Mañana es mi cumpleaños, el domingo es Navidad y el lunes llega Santa Claus. Así hacía mi lista cuando era niña y fantaseaba con el nuevo juego de la comidita, las muñecas o los cosméticos de juguete que desenvolvería durante los siguientes tres días.
No digo que ya no me emocionen los regalos (aunque Santa no viene hace tiempo…), pero a propósito de la fecha quiero compartirte una reflexión que, dado lo turbulento que ha sido este año, me parece más pertinente que nunca.
A veces, con el ritmo de la vida diaria nos enfrascamos en una rutina en la cual lo que tenemos —bendiciones, privilegios, comodidades o como sea que los llames— se vuelve tan cotidiano que deja de ser especial. Y no sólo eso, a veces hasta nos parece insuficiente.
Es normal y, hasta cierto punto, esa ambición de tener más puede ser positiva. Pero pienso que no debemos permitir que nos ciegue al grado de omitir la gratitud como un enfoque permanente frente a todo eso que nos permite estar bien y nos coloca entre los más afortunados de la humanidad.
Sé que es un poco cursi, tal vez estoy demasiado emocional porque es el último día de mis 33 pero en verdad voltear alrededor y descubrir que quizá ya tenemos todo lo que necesitamos —y hasta de sobra— es, cuando menos, reconfortante, más en un año que nos sacudió, literalmente, tanto. Las secuelas del sismo del 19S siguen presentes, muchas personas aún buscan un nuevo techo o lloran la pérdida de alguien cercano; el miedo permanece latente.
La invitación de este texto es, entonces, a valorar cada instante de la vida en el que estamos bien, en el que podemos abrazar a quien queremos, beber agua pura, comer lo que se nos antoja o abrir un clóset lleno de ropa para combinar al gusto.
Yo despido este año de mi vida conmovida y agradecida, ya tengo todo. ¡Pero claro que acepto regalos!
¿Y tú?
FELIZ NAVIDAD
NAMASTE