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Una lección práctica de desapego

Marzo 21, 2018

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El desapego y la impermanencia son conceptos que a los yoguis nos encantan. Tienen fuerza inspiradora para las clases y hasta cierto poder a la hora de dar consejos a los amigos. Suenan lógicos y sencillos.

 

Pero un día se meten a tu departamento a robar, justo a la hora en la que saliste a comer con ánimo romántico porque era lunes de puente con un sol perfecto. Regresas y ya no hay nada de lo que guardaste durante años como “valioso”, sólo ropa revuelta y cajones abiertos. Sobre la cama, la bisutería que rechazaron, junto con las cajas vacías de lo que van a revender en toda su miseria.

 

Adiós computadora que sigues pagando a  meses (quedan como 11 mensualidades), adiós a las poquitas joyas que te han regalado, y que tienen más valor emocional que otra cosa. Adiós anillo de compromiso, que no usabas por miedo a que alguien quisiera robártelo en la calle. La ironía de la vida.

 

Y entonces lloras, te llenas de miedo, rabia e impotencia. Extrañas esos objetos, te preguntas cómo se te ocurrió dejar solo tu departamento en la Benito Juárez durante 2 largas horas si el vigilante descansó por el festivo en honor a... ¡Benito Juárez! Te culpas. 

 

Pero entre todo ese ruido emocional hay una voz que está en todas las voces de quienes te quieren. Es una sola porque dice lo mismo de muchas formas y te parece familiar porque ha sido el tema de tantas de tus clases y consejos: lo material va y viene, lo importante es que están bien, nadie puede robarte porque tu historia está en ti y no en los objetos, todo pasará.

 

Cuando transcurren las horas y avanzan los trámites, tras recoger la ropa del piso y darte un baño después del día más largo de tu vida, esas palabras empiezan a hacer eco en tu mente. Se vuelven creíbles, adquieren el poder de calmar tu corazón y estabilizar tu cuerpo.

 

Poco a poco, ocupan el espacio vacío de los objetos robados. Lo llenarán como si fueran gotas. A veces serán lágrimas de nuevo, sin duda, pero muchas más serán la certeza de que lo valioso, sin comillas, no te lo pueden robar porque está en el alma.

 

¡Gracias, Claudia y Juan Antonio, por cuidarme el alma siempre!

 

NAMASTE.

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