Comida deliciosa en abundancia, espíritu festivo y múltiples compromisos sociales son una combinación peligrosa que casi siempre termina en excesos alimenticios y de bebida. Es común también que, en el ánimo de convivir con la mayor cantidad de familia y amigos posible, el festejo navideño empiece desde la mañana del 24 y termine hasta el recalentado nocturno del 25.
Ya entrados en los distintos eventos, es difícil negarse a probar un poco de todo. A veces por antojo y otras por cortesía, el caso es que no parece haber mucho margen para escapar.
Puede ser que al calor del festejo todo sea paz… y golosidad. Pero, ¿cómo te sientes al siguiente día? Si tu respuesta es “con culpa”, estás muy a tiempo de hacer algunos cambios para disfrutar sin cruda moral. Aquí te propongo tres ideas:
1. Recurre a tu conciencia. No como el Pepe Grillo de las caricaturas o el angelito que te aconseja detenerte porque sí, sino como resultado de hacer contacto con tu cuerpo y entender por qué consumes. Concretamente: si tienes apetito, come hasta saciarlo; si tendrás muchos encuentros en el día, raciona tus porciones.
2. No permitas que la presión social induzca o determine qué y cuánto comes. Sí, hablo de esa tía que te dice que estás muy flaca y te sirve un plato a reventar porque “tienes que comer” o del primo lejano al que le parece chistoso bromear con los kilos extras que tienes. La única opinión que importa a la hora de elegir tus raciones es la tuya.
3. El gozo del aquí-ahora aplica también para los alimentos y bebidas. ¡Permítete disfrutar! Percibe el sabor de ese platillo que sólo pruebas una vez al año, guarda en tu memoria el olor del ponche que sólo a tu mamá le queda tan rico, acepta una copa para brindar por lo que viene.
La culpa tiene una de sus principales raíces en la falta de conciencia. Cuando no sabemos qué queremos o por qué lo queremos así, nuestro Ser mental detecta un vacío que es fácil rellenar con sentimientos de arrepentimiento. Si tienes claro quién eres, hasta comer se vuelve más sencillo y libre.
NAMASTE