–Tu pelo parece una nube, me gusta mucho– comentó Lucas, mi nieto de 4 años.
Sonreí, pero podía haberle dicho que antes me pintaba el cabello para ocultar las canas y que ahora aunque no aspire a un puesto político, las dejo brillar.
Y es cada vez son más los hombres y mujeres que adoptan esta “moda” y se vale, pero siempre y cuando no te veas como una persona de edad. Sobre todo en el caso de las mujeres, ya que socialmente aún persiste el llamado “doble rasero en la vejez” o doble riesgo, que sostiene que las mujeres mayores se encuentran en una situación de mayor desventaja por el hecho de ser personas de edad y mujeres (Chapell y Havens, 1980). Se espera que ellas, pero no los hombres, mantengan una apariencia juvenil; las canas y arrugas son consideradas un padecimiento que pueden evitar algunos de los encantadores productos de la industria del rejuvenecimiento.
Esto no durará por siempre, ya que la proporción de mujeres ancianas va en aumento. A este hecho de sobrevivencia femenina se le denomina “feminización del envejecimiento”, término que señala la mayor proporción de mujeres envejecidas y su mayor longevidad, así como la descripción de los riesgos a los que están expuestas, asociados con los tradicionales roles asignados a ellas. Es un fenómeno mundial, y no se tiene muy definida la causa, pero resalta la idea de que se debe a la capacidad de procreación.
Según datos de la ONU (2016), entre 2000 y 2050 la cantidad de personas de 80 años y más aumentará casi cuatro veces y habrá un promedio de 100 mujeres por cada 77 hombres. Otros informes actuales reportan que por cada 100 centenarios, más de 88 son mujeres (OMS, 2017). Lo anterior es el resultado de la diferencia en la esperanza de vida: las mujeres viven entre 6 y 8 años más que los hombres.
En México también se sigue con este patrón mundial. Son más las mujeres de edad, con casi un 65% contra un 46% de hombres; proporción que se incrementa con la edad, ya que la esperanza de vida es casi 5 años mayor en las mujeres: 77.8 años, contra 72.6 en los varones (CONAPO, 2018). Pero no todo es ventajoso, ya que las mujeres viven, entonces, más años con mala salud.
Estos datos y algunos más son considerados desde la perspectiva de las teorías feministas (Estees y Asociados, 2000; Moody, 2000), donde el género debe ser considerado como la primer variable para comprender los retos y desafíos del envejecimiento en la población. Es por esa razón que se menciona que las más pobres de las pobres en el mundo, son las ancianas.
Y es que existe una compleja relación tridimensional entre género-vejez-pobreza (Salgado y Wong, 2007), como resultado de los roles de género asignados a una gran mayoría de mujeres a lo largo de su vida, que aluden a las funciones y actividades que culturalmente se legitiman y asignan como propios o impropios de la mujer o del hombre, sin corresponder a sus capacidades o deseos. Roles para las mujeres como cocinar, limpiar, lavar, limpiar y cuidar hijos, en los que la escolaridad no es tan necesaria, porque todavía se escucha: “Para que le damos educación, si se va a casar… si la van a mantener”. Escolaridad que redunda en el aspecto laboral, agravado en ocasiones por las inflexibles condiciones de horarios de trabajo, insuficientes guarderías y menor salario.
También el papel por excelencia designado a la mujer es el de madre, emocionalmente reforzado por el Día de la Madre y el Monumento a la Madre. Rol número 1 en la escala social; en su hogar dedicada al quehacer de la casa; la cuidadora por excelencia, de sus hijos, esposo, suegros y en la época de la madurez, madre de su padre y/o madre y los nietos.
Estos factores inciden en su vulnerabilidad, al llegar a la vejez económicamente desprotegida ya que los quehaceres domésticos y los cuidados no son considerados trabajo remunerado ni productivo; son de los llamados trabajos “invisibles”. Además, escribe Moragas (1991): “La mujer no tiene derecho a vacaciones, ni se jubila”. Por lo que muchas ancianas viven en desventaja, en términos de bienestar no sólo económico sino social, en su mayoría viudas y enfermas.
Pero no siempre será así, ya que cada vez son más las mujeres y los hombres (que tienen madre) quienes proponen una cultura de igualdad.
Al final de los tiempos terrenos… seguramente le tocará a una mujer apagar la luz. Game Over.