Toda sociedad y toda época tiene sus propias maneras de entender al amor, ya sea el amor entre la familia, el amor entre amigos o el amor de pareja. Sin embargo, sería importante que te preguntaras cómo entiendes al amor y sus prácticas, y qué tomas de ellas para darle sentido a tus propias experiencias amorosas. 

En esta época, los discursos que están llenos de recetas para encontrar o mantener el amor son muy comunes. Estas fórmulas construyen etiquetas que normalizan las prácticas amorosas y que aseguran que todas las personas quieren lo mismo y de la misma manera.

Por ejemplo, abundan las recomendaciones que te dicen: lo que se tiene que hacer para conseguir una pareja, lo que se tiene que hacer para gustarle a tu pareja, lo que se tiene que hacer para tener una relación sana, sin dolor, sin celos, trucos para "encender la llama", etcétera.

¿Pero qué implica esto? Las etiquetas prometen y encasillan. Te prometen llegar a una meta que parece que tiene que ser igual para todos: conseguir una pareja, tener una relación sana y duradera, o alguna otra similar. 

Y si alguien no lo consigue, es porque no sigue la receta al pie de la letra, quien no lo logra es porque algo está mal consigo mismo, lo cual muchas personas llegan a experimentar como un fracaso en su existencia. 

"¿Qué está mal conmigo? ¿En qué me he equivocado?", se pregunta la persona que, sin darse cuenta, vuelve individual un problema colectivo, como si la incapacidad fuera exclusivamente propia. En ese punto, puedes llegar a cuestionar tu capacidad para amar, pero no cuestionas ni pones en duda la receta en la que creíste y la meta que ésta te prometió.

Las fórmulas trazan un camino conocido, seguro y lleno de certezas, porque es así y no de otra manera como las cosas deben pasar. Ese es el amor verdadero, ese es el amor ideal y ese es el amor al que todas las personas deberían aspirar. 

Porque ese amor promete felicidad, reciprocidad, seguridad, comodidad. Ese amor promete una relación que no sea tóxica, con una persona que aspira a lo mismo, una relación en donde no existen los celos ni las dudas ni los conflictos propios de cualquier tipo de relación. 

Sin embargo, lo cierto es que el amor no es así. Al final esas etiquetas crean formas ideales de vivir el amor que, no importa cuánto te esfuerces, jamás vas a alcanzar y ver realizadas. Paradójicamente, aun cuando el ideal es, por definición, inaccesible, no alcanzarlo provoca angustia.

Las etiquetas preestablecidas no te permiten relacionarte con un otro, con alguien diferente a ti. Te impiden resolver todo lo que significa el (des)encuentro con el otro, se vuelve difícil comunicarte con lo que es distinto. Te impiden construir espacios de diálogo, y sin diálogos no hay acuerdos, no hay caminos para conocer a la otra persona. En pocas palabras, no hay espacio para la creatividad.

¿Qué puede tener de atractivo un camino ya trazado? En la literalidad de las certezas no hay espacio para explorarse a uno mismo, ni para descubrir al otro. En cambio, cuando dejas de actuar en función de las promesas del amor ideal, llegas a un lugar que te incomoda, que te lleva a preguntarte por ti y por lo que verdaderamente quieres. Ese amor, fuera de toda promesa y etiqueta, te mueve al lugar de encuentro con el otro, con la experiencia de descubrirlo y descubrirte.

Las fórmulas y las etiquetas, más allá de servir como una guía, te quitan la posibilidad de ser creativos en las relaciones que construyes, sean de amistad, de pareja, familiares o cualquier otra donde el amor esté implicado: te quitan la posibilidad de buscar lo que sí quieres. 

No actuar en función de las expectativas de otros es asumir la responsabilidad de que para acercarte al amor es necesario moverte, aceptar que no es posible obtener todo lo que quisieras y aprender a vivir a sabiendas de que la construcción de un lazo amoroso viene acompañada de angustia (pues te encamina a tu deseo).

Y es ahí, en el espacio que se abre entre el ideal imposible y la realidad de lo posible, donde se pone en juego tu creatividad para construir relaciones.