En algunos países, México incluido, ser hombre viene con toda una serie de conceptos o paradigmas sociales que pueden ser muy dañinos. Entre ellos, la idea de que el hombre no se queja ante el dolor, que no se enferma y que mostrar sus emociones (de afecto y vulnerabilidad) es un signo de debilidad.
Lo anterior, sumado a la violencia y al uso de sustancias que se acentúa entre hombres jóvenes, hace que ellos mueran más que las mujeres y tengan una menor expectativa de vida.
El Dr. Juan Guillermo Figueroa, profesor del Colegio de México e investigador de la UNAM, coloca sobre relieve esta situación en México, donde se puede hablar ya de una especie de "epidemia", cuya causa de muerte son los estereotipos de género, esa educación sociocultural colectiva que ignora cuestiones finas de la salud a favor de los aspectos más burdos de lo que se espera que sea la masculinidad.
Figueroa señala que la expectativa de vida de las mujeres es de 77 años y la de los hombres es de 72 en México; sin embargo, en el caso de los hombre esta expectativa está disminuyendo lo cual es inusitado y síntoma de una gran crisis (en la modernidad, un descenso en longevidad se observa sólo en países asolados por la guerra o catástrofes).
Figueroa señala que las principales causas de esta situación tienen que ver con lo que se conocen como los rituales de transición de la infancia a la edad adulta para los varones, en los cuales, los hombres son motivados a consumir alcohol, drogas y participar en conductas violentas. Estas "iniciaciones" son sumamente peligrosas y producen una gran cantidad de muertes entre jóvenes, ya sea por asaltos o por accidentes.
Según Figueroa, estos ritos deben considerarse como "violencia de género". Otro problema tiene que ver con que los hombres no piden ayuda y no se acepta que pueden ser víctimas. La condición de ser víctima de violencia de género para un hombre y manifestarlo abiertamente es algo que casi no se observa, debido a las críticas y burlas que suelen recibir y la consecuente vergüenza que esto genera.
El hombre se acostumbra entonces a "aguantarse". Esto deriva también en casos frecuentes en los que hombres buscan asistencia médica y ayuda psicológica muy tarde, lo cual agrava sus situaciones y evita que reciban atención y tratamientos de forma oportuna.
Un caso puntual al respecto tiene que ver con la exploración de la próstata para prevenir el cáncer; campañas similares para prevenir cáncer uterino o de senos en las mujeres son mucho más efectivas. Esto, según Figueroa, ocurre porque existen estigmas y una versión desvíada de lo que es la masculinidad en la que los hombres consideran esta inspección como una forma de penetración y de emasculación (castración).
A la par, el problema se exacerba por el hecho de que los hombres no exploran su propio cuerpo; según Figueroa, en México los hombres hablan y se jactan de sus órganos reproductores, pero cuando les preguntan datos anatómicos al respecto se descubre que en realidad no los han explorado. Está claro que en México existe mucha homofobia y un enorme temor a perder la masculinidad por el tipo de revisiones que implica la salud sexual.
Lo anterior sugiere que es necesario repensar la masculinidad y considerar un nuevo paradigma para poco a poco implementarlo en los programas educativos y sociales. La noción del hombre como una persona supuestamente tan fuerte que no muestra sus emociones y es capaz de aguantar cualquier cosa sin mostrar debilidad, vulnerabilidad y a veces ni siquiera asomo de afecto, es francamente anticuada y perjudicial para el bienestar de los mismos hombres.