En algún momento (o en muchos) como padre te encontrarás en la situación de saber que tu pequeño miente. Esto no es grave o muy relevante; de hecho, es muy normal. Lo que sí es importante es cómo reaccionas ante la situación, ya que podrías mejorarla o hacerla mucho peor.
Una buena estrategia es aprender a reconocer y establecer límites, pero sin juicios. Así, los niños ven a sus padres como figuras en las que pueden confiar y a quienes les pueden decir la verdad. En su libro Raising Lions, Joe Newman explica que la clave está en cambiar la perspectiva, tanto para los padres como para los hijos. Aunque no es precisamente sencillo, la idea es tan simple como efectiva. Cuando les das espacio a los niños para que saquen sus propias conclusiones, también afirmas su inteligencia emocional. Este tipo de lecciones son las que ayudan a los hijos a convertirse en adultos capaces de adaptarse al mundo una vez que dejan el hogar.
Según Newman, los niños tienen su primera experiencia con el concepto de verdad a través de las historias que les lees. Si el cuento se trata de osos que hablan o de casas embrujadas que vuelan, ellos no saben que no es cierto. Así que su primer contacto con la mentira es algo que asocian con la alegría, la creatividad y el humor.
Entonces, ¿cómo manejar a un niño que batalla con decir la verdad? Un infante miente para esconder la intención o la acción que no se siente cómodo para revelar. Él dirá la verdad cuando sienta que es seguro decírtela. Este proceso se desarrolla cuando su ser autónomo no se siente juzgado por ti. Así que el objetivo es, más bien, lograr que te vea como alguien con quien puede tener la libertad de ser honesto. Otra razón por la que un niño miente es para reafirmar su independencia o porque funciona para obtener lo que quiere o, en su defecto, evitar lo que no quiere.
El método que Newman presenta en su libro sugiere dos puntos importantes. Primero, crear una relación donde los padres expresen sus necesidades y los hijos no estén en posición de ignorarlas. Segundo, promueve una dinámica de relación que reconoce la autonomía, la habilidad y las decisiones del niño. Los puntos más importantes son:
Un buen ejemplo puede ser hacer lo opuesto de lo que no funciona. Es decir, en lugar de decir al niño (o adolescente) que lo que hizo estuvo mal, fue inmoral o que ya no confías en él, intenta quitar la carga emocional con una afirmación como: “La verdad es que es natural que los hijos mientan a sus padres. Sería extraño que no nos mintieras alguna vez, así que no me lo tomo personal y no pienso que seas mala persona por ocultar la verdad algunas veces”.
En el caso de los adolescentes, el primer paso es dejar de nombrar las conductas que ellos pueden identificar por sí mismos perfectamente. Los padres tienden a hablar demasiado y a explicar actitudes que los hijos ya entienden. Cuando creas el espacio para que identifiquen y resuelvan problemas que sabes que pueden resolver, les das la oportunidad de ser pensadores responsable y proactivos.
Con información de Goop