El ir y venir de la vida actual ha tenido como resultado que las personas se vuelvan mucho más reactivas. Es decir, es más fácil escuchar un par de groserías en el tráfico que un “buenas tardes”, “perdón” o gracias. Ser compasivo no solamente causará sonrisas en alguien más, sino que, a nivel cerebral, te hace bien.
Este comportamiento tiene mucho que ver también con la empatía. Básicamente todos la tienen, solamente que algunas personas la desarrollan más que otras. De acuerdo con investigaciones de la Universidad de California, la compasión es una respuesta natural y automática. Misma que está orientada a tu supervivencia.
En algunas ocasiones este instinto se ve limitado por las presiones sociales. Así que ya te podrás imaginar que en el mundo tan caótico de ahora sea “normal” no mostrar compasión hacia los demás.
Existen dos redes neuronales que impulsan el sentimiento de la compasión: la corteza prefrontal medial dorsal y la corteza cingulada posterior. Es gracias a estas estructuras que puedes conectar con los demás de manera empática, sin importar la religión, creencias, expectativas, etcétera.
Lo más importante de todo esto es poder tener la capacidad de percibir al otro como alguien que necesita de tu ayuda y ser capaz de brindarla.
Todo comienza contigo mismo. Seguramente has escuchado que no puedes salvar a alguien más sino te salvas a ti primero. Esto es cierto en todos los aspectos. Necesitas primero practicar la compasión contigo mismo para trasladarla a otros.
Para practicar la compasión contigo mismo, despiértate cada día con un agradecimiento por lo que hiciste el día anterior y todo lo que harás en este nuevo día. Perdónate por los errores cometidos y date la oportunidad de seguir adelante. Enfócate en todas esas cualidades positivas que tienes y tus fortalezas.
Comunícate de forma verbal y no-verbal. Haz contacto visual, mantén tu cuerpo volteado hacia la persona que habla y escucha en silencio. También puedes practicar la escucha activa, que consiste en parafrasear lo que acabas de escuchar, y hacer preguntas abiertas para enviar el mensaje de que estás listo para escuchar más.
Expresa lo que tú sientes. No asumas que, porque escuchas a la otra persona, lo que tú sientes o quieres decir no vale la pena. Si algo no te pareció, lo puedes expresar de forma respetuosa. Por el contrario, si sientes felicidad por la otra persona no dudes en sonreír o soltar una carcajada.
Siempre respeta la privacidad. Sé atento con la privacidad de la otra persona. Protege su dignidad y siempre sé comprensivo con lo que sí quiere compartir y lo que no. No lo lleves al límite y respeta.