Piensas mal de alguien y te tropiezas; haces un comentario hiriente y te equivocas… a eso le llamamos karma instantáneo. Es gracioso y forma parte de la cultura popular. Pero atrás de expresiones como “karma is a bitch”, que hoy abundan en los memes, hay todo un contexto espiritual que forma parte de la filosofía de diversas religiones y, también, del yoga.
Sabemos que el karma es una especie de carga energética que se activa con nuestras acciones, pero la ecuación causa-efecto que genera no es tan simple como aparenta en el juego del karma instantáneo. Según textos de sabios como Patanjali, es una ley universal que se manifiesta a través de los patrones mentales, emocionales y energéticos que nos definen a lo largo del ciclo de nacimiento y muerte al que se conoce como samsara. Sí, la reencarnación.
De hecho, en la tradición yogui el karma se entiende como las acciones del presente, el efecto de nuestras acciones pasadas en nuestro carácter actual y sus resultados en “lo que nos depara el destino”, en cada existencia.
Creas o no en que has tenido y tendrás muchas vidas lo cierto es que en ésta, la que hoy te permite hacer esta reflexión, eres libre de elegir y decidir. Escribo esto porque, a veces, el karma parece una condena de la cual no podemos escapar. ¡No es así! Cada acción, cada día y cada vida son una oportunidad de crear conciencia sobre quién eres, en dónde estás y cómo te relacionas con el entorno; en una palabra: evolucionar.
Nuestro karma personal no está aislado de la energía universal y es importante considerar que no es producto sólo de lo que hacemos sino también de lo que pensamos, sentimos y expresamos. Ni modo, aquí no aplica el “si no lo vieron, no pasó”.
A la puerta de salida del mundo de la ilusión al que nos apega el karma se le llama dharma. Es un concepto muy bello que podemos aplicar de manera muy sencilla y del cual te compartiré más la siguiente semana.
NAMASTE.