La capacidad de poner atención de manera sostenida y voluntaria, como observó William James, es quizá la cualidad más importante del intelecto. Por supuesto nadie –o quizá sólo los más expertos meditadores– puede controlar su atención todo el tiempo.
La distracción ocurre, ya sea cuando uno está muy cansado o cuando algún estímulo es más poderoso. Pero es evidente que dentro de esta inevitable imperfección, la facultad de la atención es esencial, y no sólo para logros intelectuales sino para conseguir la más mínima salud mental.
De hecho, muchas enfermedades mentales pueden entenderse como procesos en los que la atención es "capturada" por patrones de pensamiento negativo, ya sean obsesiones, compulsiones, pensamientos suicidas o depresivos, entre otros.
Nunca se había escrito tanto sobre la importancia de la atención como actualmente, seguramente porque vivimos en la era de la distracción.
La economía misma, al volverse mayormente digital, se ha convertido en una economía de la atención, en la que poderosas corporaciones capitalizan momentos de atención de los usuarios y, para lograrlo, desarrollan diversos mecanismos de captación, algunos más sutiles que otros. Diversos estudios han mostrado, por ejemplo, que tan sólo estar en el mismo lugar que nuestro teléfono móvil afecta nuestro desempeño cognitivo.
Al estrés tecnológico se le suma el estrés de la situación ecológica, política y de salud que enfrenta actualmente el mundo y vamos así apilando una gran cuota de distracción, la cual, además no se siente como tal en el sentido suave del término, de relajarse con algo divertido. Se siente como confusión, frustración y pérdida de nuestras facultades.
Así pues, en estos momentos resulta esencial desarrollar herramientas para combatir la distracción. Existen distintos acercamientos para lograr esto. Uno de los más importantes es por supuesto la meditación, que puede ser entendida como el desarrollo de la concentración, un entrenamiento de la mente que se sirve de diversas técnicas, según las diferentes tradiciones, para llevar a la mente a mantenerse, con calma y claridad, enfocada sobre un objeto.
Sin embargo, la meditación no es sólo este proceso contemplativo de observar un objeto, es también el proceso moral de discriminación que permite que la mente se libere de las aflicciones que la distraen. Para poder controlar la atención hay que llevar una vida que sea, de alguna manera, virtuosa y ser conscientes de las cosas que nos colocan en situaciones de distracción incontrolable.
Ahora bien, la meditación no es el único camino. Nir Eyal es el autor de un libro reciente, Indistractable, en el que no sólo ofrece una serie de técnicas para evitar la distracción, sino también un método para explorar sus causas. Podemos comparar su acercamiento con un modelo basado primero en una disciplina encaminada a identificar procesos mentales y hábitos comunes que conducen a la distracción y, por ende, a estados tóxicos.
Eyal sostiene en su obra que más allá de culpar a la tecnología por hacernos tan distraídos, resulta más interesante y efectivo observar cuáles son nuestros "gatillos internos". Según Eyal, después de investigar el tema durante años y hacer experimentos con su propia atención, observó que generalmente nos distraemos cuando nos sentimos incómodos.
La distracción es una forma de huir de las cosas que nos parecen difíciles o no del todo agradables o estimulantes. Huimos de cosas como "el aburrimiento, la soledad, la inseguridad, la fatiga, la incertidumbre". Y nuestra mente encuentra fácilmente escapes: desde navegar incansablemente en Facebook, Twitter o Instagram, hasta meterse en un tren de pensamiento particular, pensando en el futuro o en el pasado para obtener confort, "soñar despiertos", pensar en determinadas personas o situaciones, etcétera.
Así que lo primero, según el modelo de Eyal, es identificar aquello que intentamos evitar, esto es, las causas de nuestra distracción. Por ejemplo: el miedo, la ansiedad, el enojo y todo tipo de aflicciones mentales. La distracción es como uno de esos medicamentos que sólo alivian por un momento la enfermedad dejando a su paso todo tipo de efectos secundarios. De hecho, con el tiempo, podemos desarrollar la distracción como el hábito base de nuestra mente, algo que es similar a ser adictos a una droga.
Resolver los problemas que causan la distracción no es cosa fácil y requiere de un trabajo psicológico, emocional y hasta espiritual que no puede abordarse aquí fácil o brevemente. Con todo, Eyal asegura que el solo hecho de ser conscientes de que nuestra mente vaga o que evitamos hacer cierta tarea (habiendo identificado la causa) es suficiente para producir ciertos beneficios.
El autor cita el ejemplo de un grupo fumadores que participaron en un estudio en el que se les ayudó a explorar la naturaleza de su deseo de fumar. Estos fumadores lograron dejar el cigarro con más efectividad que aquellos que entraron al programa de la American Lung Association. Identificar el problema y reconocer su causa no lo resuelve, pero hace posible un cambio y suele quitarle poder al problema.
Eyal sugiere que una vez que se identifican los "gatillos internos" se puede estructurar una serie de hábitos positivos para trabajar en contra de ellos. Esto puede ser, por ejemplo, ponerse tareas sencillas de realizar que deben cumplirse (el autor propone algo como dedicar 10 minutos a pagar los impuestos). De esta manera, uno puede asegurarse de que el tiempo destinado a esa tarea será efectivo y bien aprovechado, pues poner atención a algo al menos diez minutos no es demasiado difícil.
En el fondo, lo importante es desarrollar la capacidad y el hábito de hacer cosas sencillas y darle estructura a nuestras actividades. Si uno logra hacerse creer a uno mismo que tiene una "obligación" y que aquello que se hace tiene sentido, ya sea porque producirá una recompensa –o, mejor, porque a uno realmente le gusta realizar esa actividad–, los resultados son mejores.
Eyal recomienda incluso la estrategia de "comprometerse por anticipado". Según cuenta, cuando escribía su libro le dijo muy seriamente a un amigo: "Si no termino el texto tal fecha, te daré 10 mil dólares". Otro modo de hacer esto, más tradicional, es hacer votos o promesas. Y no únicamente a nosotros mismos, sino a personas que queremos.
Otra estrategia interesante es lo que Eyal llama "reframing" (algo que podría traducirse como "recontextualizar" o "cambiar de marco"). Ponemos atención a aquello que nos gusta, pero aquello que nos gusta no necesariamente está determinado azarosamente o por una fuerza magnética incontrolable. Podemos resignificar las cosas, cambiarles de nombre, describirlas de manera distinta para que podamos verlas con otros ojos y así llamen nuestra atención.
Un último procedimiento que puede ser muy útil es utilizar diversas aplicaciones para mitigar el efecto de otras aplicaciones. Por ejemplo, aplicaciones que te avisan cuánto tiempo has gastado navegando, otras que permiten que recibas menos correo electrónico, o aplicaciones que bloquean ciertos sitios de Internet. En suma, existen muchas herramientas para contrarrestar lo que Eyal llama "gatillos externos".
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