A la historia de los 12 niños que se quedaron atrapados junto con su entrenador en la cueva Tham Luang, en Tailandia, no le falta nada para ser inolvidable. Seguro te has preguntado cómo es que llegaron hasta allá, qué hacían en un lugar tan peligroso y cómo lograron sobrevivir durante más de dos semanas.
Todo inició el 23 de junio cuando, al terminar su entrenamiento, los chicos que integran el equipo de futbol Moo Pa (Jabalíes Salvajes, en tailandés) y su entrenador quedaron atrapados mientras exploraban las cuevas que se encuentran cerca de la cancha donde practicaron.
Increíblemente, 2 semanas más tarde la aventura tuvo un final feliz, pues todos han sido rescatados. Las personas que colaboraron para lograrlo, incluido el rescatista que falleció en el intento, son unos verdaderos héroes, porque con su paciencia y perseverancia consiguieron lo que parecía imposible.
Pero, ¿te imaginas lo largas que fueron las horas de espera en ese oscuro y frío lugar? ¿Qué les permitió esperar con tranquilidad? La respuesta es: ¡la meditación!
El entrenador de los adolescentes, un joven de sólo 25 años llamado Ekapol Chanthawong, es también un ex monje budista. Ekapol llegó al monasterio cuando tenía 12 años, después de haber quedado huérfano. Luego de más de 1 década de entrenamiento, tuvo que retirarse para cuidar a su abuela enferma. Y vaya que le sirvió todo lo aprendido.
Algunas mamás de los muchachos atrapados se declararon sorprendidas al descubrir que sus hijos habían permanecido tan serenos durante todo este tiempo. “Ninguno lloraba o gritaba, estaban sentados en calma”, dijo una de ellas a los medios.
Eso fue posible porque su entrenador hizo de la meditación una rutina diaria, un bálsamo que les permitió resistir el desafío emocional de estar encerrados y lidiar con la expectativa del rescate. Además, les ayudó a conservar sus reservas de energía para resistir la espera.
Los beneficios de la meditación para reducir el estrés, controlar la mente e incluso dominar las sensaciones corporales han sido ampliamente difundidos en textos filosóficos y científicos. La mejor manera de comprobarlos es practicar. ¡Toma esta historia como inspiración!