Aunque ya no lo recuerdes de forma consciente, todas las vivencias buenas y malas que experimentaste durante tu infancia, e incluso la sensaciones que tu madre te transmitió cuando estabas en su vientre, afectan tu personalidad a lo largo de la vida, así como la manera en que te tratas a ti mismo y la forma en que te desenvuelves y relacionas con los demás y con tu entorno.
Las heridas emocionales que se sufren en la niñez suelen ser arrastradas hasta la etapa adulta. Son conocidas como lesiones emocionales de la infancia y se convierten en algo medular para comprender tus sentimientos y reacciones emocionales en la edad adulta.
Las siguientes son algunas de las principales lesiones emocionales que ocurren en la infancia y que afectan en la etapa adulta.
Este dolor emocional se origina cuando los padres (o la persona a cargo del cuidado del niño) no responden como una figura protectora ante los temores del pequeño.
Este temor se da sobre todo en niños que se quedan solos por mucho tiempo, que son criados por otras personas que no son sus padres (por una niñera, por ejemplo), o simplemente porque, debido a diversas razones, sus padres no responden adecuadamente a las demandas de compañía y atención de sus hijos.
Para las personas que han experimentado esta sensación de abandono en la infancia, el temor que eso provoca se convierte en una prisión en el corazón. Cuando crecen, tienden a estar inseguras de sí mismas y a desarrollar dependencia emocional, basada en el miedo a ser abandonadas nuevamente.
La violencia, sea verbal, física o emocional, enseña a los niños a resolver sus conflictos a través de la violencia, a no manejar adecuadamente sus arrebatos de ira. Cuando crecen en un ambiente familiar violento, básicamente aprenden a resolver sus conflictos familiares bajo la ley del más fuerte, no mediante la razón, la empatía ni el amor, sino de forma impulsiva.
Estas heridas emocionales de la infancia se llevan a la edad adulta y afectan a la persona y su entorno. La violencia vivida genera un caos interno que desemboca en adultos abusivos y violentos.
Algunos padres rechazan a sus hijos por distintas razones: no fueron planeados ni deseados, nacen en un momento inapropiado, son producto del abandono, son exactamente como uno de los padres (en sus aspectos negativos), etcétera.
El rechazo constante hacia un niño creará en él un proceso de autorrechazo. Este dolor emocional del pasado saldrá a relucir en la edad adulta con la sensación de que nunca se es suficiente en la vida, en el trabajo, en los estudios o en las relaciones románticas. Estas personas preferirán permanecer solas y aisladas, ya que no se creen merecedoras de aceptación, compañía ni felicidad.
Desde una edad muy temprana los niños tienen la capacidad de evaluar si una situación en la que están involucrados es justa o injusta. Se dan cuenta si reciben un trato desigual, sobre todo en familias conformadas por varios hermanos, en las que los padres muestran favoritismo por alguno de sus hijos.
Al crecer en un ambiente injusto, el "yo" se deteriora lentamente y en la mente de los niños se genera la idea de que no merecen la atención de los demás. En la vida adulta, esto crea inseguridad de sí mismos, una visión pesimista de la vida, problemas para confiar en los demás y construir relaciones, así como la idea inconsciente de que todos los tratan mal.
Muchas veces, los padres hacen promesas al aire, que después olvidan y no cumplen; aunque para ellos parezcan cosas triviales y sin importancia, para los niños son relevantes, y esas promesas sin cumplir dejan huella en ellos y sus emociones.
Esas promesas incumplidas se convierten en traiciones que crean un trauma emocional en el niño. Esas experiencias le enseñan que el mundo y las personas que lo rodean no son confiables. Así, se convertirá en un adulto con personalidad insegura, celoso, temeroso y compulsivo.
Este problema se ha vuelto muy común en la actualidad, con los temas de acoso y bullying. Muchos niños crecen en ambientes humillantes, en medio de burlas y descalificación, ya sea en la escuela o en el hogar.
Esos pequeños crecen con una fuerte tendencia a la depresión y baja autoestima. Su espíritu herido se convierte en una carga que los acompañará durante toda la vida adulta.
Muchos padres alientan a sus hijos a perder el miedo a la oscuridad, el agua o los lugares desconocidos. Incluso subestiman sus miedos y simplemente les dicen que no tienen por qué asustarse.
Sin embargo, para los niños no es tan sencillo, necesitan paciencia, y la inmersión violenta en entornos desconocidos sólo genera individuos desprevenidos que tienen miedo al cambio y se resisten a intentar algo nuevo o a hacer las cosas de forma distinta.
Para superar estas heridas emocionales de la infancia que prevalecen en la edad adulta, lo ideal es acudir a terapia para descubrir cuál de esas heridas es el origen de los problemas actuales y así encontrar la forma de sanarla, para tener una vida más plena y feliz, con una mejor relación contigo mismo y con los demás.
Y si ya tienes hijos, toma esto muy en cuenta para evitar cometer con ellos los errores que tus padres cometieron contigo. Debes ser consciente de que, aunque haya cosas que para ti son irrelevantes, para tu hijo pequeño son muy importantes.
Mantén una relación cercana con tus hijos, habla mucho con ellos sobre sus sentimientos y comprende sus emociones; recuerda que la paciencia, la comprensión y el diálogo son cualidades necesarias para ofrecerles una infancia de bienestar, llena de confianza y amor.