La vejez tiene una difícil connotación cultural en las diversas sociedades, pues en todas prevalecen prejuicios y mitos. Es importante festejar adecuadamente el mes dedicado a las personas de edad.
- ¡Bájenle a la música, abuelitos santos. Tengo que estudiar! - gritó Nico.
- ¡Jeje, estamos en el festejo del mes del anciano; baja y te enseño el pasito de Mick Jagger! - respondió el abuelo.
- Chale, ¿por qué un mes? - murmuró Nico.
Sí, seguramente a ti también te sorprenderá. Pero no es un invento mexicano: este mes fue decretado durante la Primera Asamblea Mundial sobre Envejecimiento que se llevó a cabo en Viena, Austria, en 1982, a la cual asistieron 123 países, incluido México. Además, próximamente celebraremos el 1o de octubre, el Día Internacional de las Personas de Edad.
En dicha asamblea se inició un programa internacional de acción encaminado a garantizar la seguridad económica y social de las personas mayores de 60 años, tarea nada fácil en un orbe en donde todavía, pese a los esfuerzos por globalizar, persiste la diversidad cultural, social y económica. Por otra parte, la diferencia en la proporción de personas de edad en cada país resulta difícil de manejar si se compara a las jóvenes naciones africanas, como Malawi o Mozambique, con España, Cuba o Argentina, considerados los países más envejecidos.
En el 2002 se llevó a cabo en Madrid otra Asamblea Internacional sobre el Envejecimiento, donde se señaló como algo fundamental progresar hacia un cambio cultural dirigido a la construcción de sociedades más incluyentes desde el punto de vista de las diferentes edades, y en las que las personas mayores no sean excluidas por su edad cronológica, sino que se constituyan como sujetos de derechos en el marco de una sociedad para todas las edades.
Esta tarea no es nada fácil, ya que la vejez es una realidad biológica pero, al ser una creación social, tiene una connotación cultural. Por ejemplo, existe la celebración del Día del Abuelo dentro del mes dedicado al anciano, porque se considera que dicha población ya tiene “la edad apropiada” para ser abuelo(a)s.
En la muy antigua y descalabrada teoría de los roles (Cottrell, 1942; Lynott, 1996) se menciona la importancia que tiene la interiorización de los roles (papeles) a desempeñar en una sociedad, cuyo criterio central es la edad cronológica. Al respecto, se mencionan dos tipos de normas: las formales, marcadas en la legislación, como la edad para votar, manejar, trabajar, ser presidente, dejar de trabajar, entre otras; y las informales, que tienen que ver con la diversas creencias culturales, como la edad para ser madre, entrar a la escuela, trabajar, casarse (las mujeres debían hacerlo con un hombre 10 años mayor que ellas… de allí la cantidad de viudas, todavía alegres).
Muchas de estas normas se han relajado o dejado de lado completamente, pero otras permanecen firmes, como la referente a la edad del retiro, la cual es causante de muchas discusiones, pues en varios países -sobre todo en las zonas urbanas- el elemento sociocultural integrador por excelencia es el trabajo. Ser productivo denota prestigio, en oposición a no trabajar y no ser productivo, que implica una pérdida de autoridad social, ya que se considera que los individuos “ya no son eficientes”. ¿Eficientes para qué?, te preguntarás.
Pero de algún modo hay que dar paso a uno de los valores culturales por excelencia, la juventud que proclama a grandes voces (y en inglés): “We are the world, we are the children”. La edad de merecer, divino tesoro. La juventud, “que la vemos ligada a la belleza y el dinero, al éxito: valor supremo de la cultura posmoderna mediatizada por los medios de comunicación social” (Yuni, Urbano y Arce, 2003).
La construcción social del envejecimiento y la vejez, no se produce en un vacío social, sino dentro de un contexto histórico, económico, político y social, por lo que las cuatro o cinco leyes promulgadas en defensa de los ancianos son letras muertas. Destacados conocedores del tema plantean la urgencia de incorporar los Derechos Universales a estas leyes: “de lo que se trata es que desde el Estado se reconozca a las personas de edad como sujetos de derecho exigibles y no como un 'abuelito con necesidades que satisfacer'. La necesidad no obliga a un Estado, el Derecho sí lo hace” (Alarcón, 2013).